El envío masivo de inmigrantes venezolanos de Texas a Chicago pone a la ciudad contra las cuerdas

El envío masivo de inmigrantes venezolanos de Texas a Chicago pone a la ciudad contra las cuerdas

Migrantes caminan frente a un albergue en South Halsted Street, el más grande de Chicago (Illinois), en abril de 2024. ARMANDO L. SANCHEZ (GETTY IMAGES)

 

Antonio Contreras no sabe lo que ha sucedido en el último año y medio en la ciudad que ahora es su casa. Tampoco los dramas que han pasado en el galpón industrial donde duerme con su familia y mil migrantes más desde hace dos meses. Sentado a las puertas del albergue para migrantes más grande de la ciudad, donde vende bebidas y galletas de manera informal para sacarse un dinero, a él solo le cabe en la cabeza su propia odisea, tan parecida a la de tantos venezolanos pero a la vez tan única. En la travesía en la que fue protagonista hay algo parecido a un final feliz, pero su desenlace es el comienzo de otra historia en la que no es más que una ficha que el gobernador republicano de Texas mueve a su antojo. Desde finales de agosto de 2022, Greg Abbott ha enviado a cientos de miles de migrantes desde su Estado a algunas de las ciudades a priori más progresistas del país. El mensaje es claro: si tanto quieren a los migrantes, háganse cargo.

Por El País





Ninguna ciudad está preparada para recibir de golpe y de manera desordenada tal flujo de migrantes. Chicago, que tiene 2,6 millones de habitantes, ha recibido más de 40.000, cerca del 2% de su población original. Con estos números, la maniobra de Abbott ha cosechado los frutos deseados: ha puesto en entredicho la histórica identidad acogedora de la capital de Illinois; ha exacerbado las existentes tensiones políticas en la ciudad, muchas de ellas raciales y ha obligado a la administración local a improvisar, en ocasiones de mala manera, una respuesta para la cual no hay precedentes.

Ha sido la escenificación de una guerra partidista entre republicanos y demócratas, y otra más sobre las competencias migratorias estatales frente al poder federal. En conjunto, el último año y medio de esta crisis impulsada por las políticas de Abbot y la improvisación de Chicago ha alimentado la imagen de una migración descontrolada e imposible de manejar, puesto que ni siquiera los que la defienden saben cómo hacerlo.

Las “ciudades santuario” en el ojo del huracán

El caos comenzó el 31 de agosto de 2022. Ese día llegó a Chicago sin previo aviso un autobús privado con alrededor de medio centenar de migrantes latinos, principalmente venezolanos, provenientes de Texas. Al bajar en una calle cualquiera del centro de la ciudad, contaron cómo en el Estado sureño, una vez se habían entregado a las autoridades tras cruzar la frontera, les preguntaron a qué ciudad preferían ir: Nueva York, Washington —a dónde Texas ya llevaba meses enviando buses de migrantes— o Chicago. Según la respuesta, motivada porque allí tenían algún familiar o amigo o porque simplemente habían oído algo bueno del lugar, los montaron a un bus u otro. Luego, más de mil millas al norte con la incertidumbre de compañía.

Para finales de septiembre habían llegado más de 70 buses con alrededor de 9.000 migrantes y Abbott no disimulaba su estrategia. “He ordenado a la División de Gestión de Emergencias de Texas a que despliegue autobuses adicionales para enviar a estos migrantes a las ciudades santuario autodeclaradas y proporcionar un alivio muy necesario a nuestras ciudades fronterizas invadidas. Hasta que el presidente Biden cumpla con su deber constitucional de asegurar la frontera sur de Estados Unidos, Texas continuará desplegando tantos autobuses como sean necesarios para aliviar la tensión causada por la oleada de cruces ilegales”, decía el gobernador de Texas el 22 de septiembre de 2022.

En aquel momento, y hasta el día de hoy, que la práctica sigue viva como parte de la política migratoria del Estado de Texas llamada “Operation Lone Star”, el foco ha recaído principalmente sobre el demócrata Joe Biden. El presidente ha tomado nota y ha impuesto normas migratorias cada vez más restrictivas, cuidadoso del impacto de la migración en las elecciones. Sin embargo, han sido las “ciudades santuario” —a las que Abbott apunta con la intención de exponer una supuesta hipocresía moral, ya que esa autodenominación implica un compromiso de proveer refugio y alimento a migrantes, así como de no colaborar con agencias migratorias para deportaciones— las que, sin ayuda sustancial del Gobierno federal, se han enfrentado al problema.

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