El veloz ascenso y caída de John Gotti, el capo mafia de Nueva York que imitaba a Al Pacino y se creía intocable

El veloz ascenso y caída de John Gotti, el capo mafia de Nueva York que imitaba a Al Pacino y se creía intocable

Una fotografía policial del FBI de la mafia Don John Gotti, publicada el 11 de diciembre de 1990 en la ciudad de Nueva York (Photo by Donaldson Collection/Michael Ochs Archives/Getty Images)

 

John Gotti fue el último mafioso en convertirse en una figura pública, en una celebridad. Provocaba una enorme fascinación. Su figura prolija, el encanto de su sonrisa, el desparpajo con el que esquivaba a la justicia. Llegó a manejar la mafia de Nueva York en la segunda mitad de los años 80. Muchos dicen que desde Al Capone no había habido otro gángster que generara tanto interés.

Por infobae.com





Era el padrino inasible, el que parecía que siempre iba a salir impune, al que la justicia no iba a poder atrapar pese a que se pavoneaba frente al público y hacía poco por ocultar sus múltiples crímenes.

Había empezado desde muy joven. Como si tuviera una propensión genética para el delito. Primero, gracias su falta de límites, se ganó la confianza de matones de poca monta. John Gotti era capaz de hacer cualquier cosa por trepar. Ingresó en la Familia Gambino, la más importante de las cinco familias de la mafia de Nueva York. Era el soldado más audaz y más sanguinario. Estuvo preso por dos homicidios. Aguantó los años de reclusión y no delató a nadie. Eso hizo que lo ascendieran muy rápidamente. A partir de ese momento fue imparable. Su ambición era única. Subió cada escalón hasta que quedó muy cerca de Paul Castellano, el Don de los Gambino desde 1975. A esa altura, John Gotti ya no seguía órdenes de nadie. Y estaba dispuesto a eliminar a quien se le pusiera delante.

En el medio había sufrido una desgracia familiar. No sólo la cárcel lo había endurecido. Una mañana Frank, su hijo mayor de 12 años, salió a andar en bicicleta. Un auto dobló por la avenida y atropelló al chico. Fue llevado al hospital de urgencia pero murió por las graves heridas. El hombre que lo atropelló semanas después fue hasta la casa de la familia Gotti para consolar a los padres y para mostrar su arrepentimiento. La esposa de Gotti lo recibió dándole batazos de béisbol en la cabeza. El hombre salió corriendo. No llegaría lejos. Dos meses después del accidente, un día no concurrió a su trabajo. Desapareció y nunca volvió a ser visto. Su cuerpo no se encontró. Justo ese día la familia Gotti había partido de vacaciones hacia Miami.

John Gotti llegó a la cima de la Familia Gambino en 1985, tras el asesinato en la vía pública del anterior don, Paul Castellano. Apenas aparecieron las imágenes en los diarios sensacionalistas del mafioso acribillado en la vereda junto a su hombre de confianza, nadie tuvo la menor duda de quién había ordenado las ejecuciones. John Gotti se convirtió, al mismo tiempo, en el sospechoso principal y en el sucesor de Castellano.

Después de una reunión de los capitanes de la familia, se decidió que los Gambino quedaran bajo el mando de Gotti. Tenía demasiada ambición y demasiado poder de fuego como para no ser elegido. El resto se dio cuenta de que si no cedían, podrían terminar como Castellano.

Gotti manejaba todos los típicos negocios de la mafia. Extorsión, apuestas, bares, prestamos usurarios, protección, sindicatos, prostitución y la última gran inversión de los hampones: negocios en la construcción; habían construido un emporio en ese ramo, tanto que cada uno de ellos tenían como “actividad oficial”, como tapadera, alguna empresa del rubro (la de Gotti era de plomería, por ejemplo).

Pero John Gotti había incursionado en otro tipo de negocios, en uno que estaba terminantemente prohibido por la vieja guardia: la droga. Los hombres de Gotti traficaban cocaína y heroína y eso le había dado un enorme poder económico, un desbalance con sus rivales internos. El mafioso creía que era demasiado dinero como para dejarle pasar por viejos pruritos. La oposición de Castellano a la venta de drogas fue la propia sentencia de muerte.

El FBI, agencias federales e investigadores de la ciudad pusieron su ojo en Gotti. Parecía una presa fácil. Demasiado vistoso, de movimientos ampulosos y poca discreción (casi un anatema para su profesión). Se confiaron y creyeron que sería muy sencillo atraparlo.

Pero Gotti era resbaladizo, inexpugnable. En 1986 pareció que por fin su suerte cambiaría. Los fiscales de Nueva York en un movimiento de pinzas enjuiciaron, al mismo tiempo, a altos miembros de las distintas familias mafiosas. Los juicios se llevaron adelante sin mayores problemas y con nutridas pruebas (muchas de ellas comprometían a varios de los acusados a la vez) los diferentes capos recibieron penas de 100 años de prisión. Pero Gotti, no. Él, una vez más, zafó. Mientras a los otros les tocaba pasar el resto de su vida en la cárcel, Gotti salía en la tapa de la revista Time con su foto intervenida por Andy Warhol.

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