“Soy el Che, no me maten, valgo más vivo que muerto”: las últimas horas del guerrillero antes de ser asesinado en Bolivia

“Soy el Che, no me maten, valgo más vivo que muerto”: las últimas horas del guerrillero antes de ser asesinado en Bolivia

Ernesto Che Guevara tenía 39 años al momento de su muerte (AFP PHOTO / STR)

 

“$b. 10.000 (diez millones de pesos bolivianos) por cada uno vivo. Estos son los bandoleros mercenarios al servicio del castrocomunismo. Estos son los causantes de luto y dolor en los hogares bolivianos. Información que resulte cierta, dará derecho a la recompensa. Ciudadano boliviano, ayúdanos a capturarlos vivos en lo posible”.

Por infobae.com





Debajo, cuatro fotos, y cuatro nombres, cada uno con una breve ficha de identidad: “Pombo – Benigno – Urbano – Inti”. Y esta advertencia: “Nota.- Pueden usar barba o llevar nombres falsos”.

El principio del fin de la aventura boliviana de Ernesto Rafael Guevara de la Serna, el Che, fue un afiche pegado en las paredes de las ciudades más importantes del país.

El 7 de octubre de 1967, dos días antes de su muerte, y luego de 22 combates librados por sus 52 hombres divididos en tres pelotones, Guevara recibe la última ayuda civil. Es una mujer de edad indefinible. Se llama Epifanía Cabrera. Es pastora de chivas. Los guerrilleros la llaman “La vieja de las cabras”. Temen que los delate. Sin embargo, les informa que están a una legua de Higueras, les da algo de comida, y se refugia en su casa del monte con su hija…

Ese día se cumplen once meses de la entrada del grupo a Bolivia. Guevara usa un seudónimo: Ramón. Le quedan apenas 17 hombres: fuerza diezmada, desconocimiento del terreno, fatiga y algunos heridos convierten la marcha en una pesadilla.

A media tarde del 9, tiroteo en la Quebrada del Yuro. Varios muertos, y el Che, herido en una pierna. Todos –incluso los muertos– son llevados a La Higuera, a dos kilómetros del lugar del combate, y tirados en el piso de una pequeña escuela.

Una vez allí, el argentino-cubano es despojado de sus pertenencias: su diario de campaña, sus documentos, un altímetro, una pistola alemana calibre 9 mm. Marca PPK Walker, una daga de acero Solingen, dos pipas, 2.500 dólares y 20 mil pesos bolivianos que los oficiales se reparten.

Ha empezado la última noche de su vida…

Tres oficiales lo tratan como a un prisionero de guerra según las normas de Ginebra: con respeto. Son el capitán Prado y los tenientes Totti Aguilera y Huerta Lorenzetti. Le dan cigarrillos, le preguntan por su familia.

Pero otros lo maltratan: el coronel Selich y los tenientes Ramos y Pérez. Selich lo insulta y le tira de la barba.

Afuera, borrachos, un grupo de soldados se burla de él. Un suboficial, Ustáriz Arce, nota que el herido respira mal, “con un ronquido”, no puede dormir, y se sienta, como si eso le permitiera llevar más aire a sus pulmones. La causa es el asma que padece desde chico, y de la que nunca se curó…

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