Juan Guerrero: Botar el voto

En los últimos seis meses las agencias internacionales adscritas a organismos, como la ONU o la OEA, han indicado, uno, que Venezuela ocupa el segundo lugar como país donde existe mayor prevalencia del hambre. El otro, menciona a Venezuela como uno de los cinco países donde existe mayor infelicidad en el planeta.

Estos rasgos son indicativos de un fenómeno social agudo que ha hecho que la sociedad venezolana, tradicionalmente conocida, esté desaparecida. Es la pura y dolorosa verdad. Tras poco más de 20 años con el llamado socialismo del siglo XXI, el régimen venezolano ha impuesto un modelo de venezolano que existe dentro del esquema antes mencionado (hambre e infelicidad). Esto presenta a otro venezolano formado dentro de patrones sociales, total y absolutamente ajeno a la tradición cultural nacional, sin memoria histórica, fanatizado ideológica y políticamente. Con principios y valores que privilegian el ascenso social expres, desconociendo lo moral y ético como formas de convivencia social. La libertad para este ‘hombre nuevo’ está vinculada al valor monetario y su pertenencia a grupos de poder, sean económicos, políticos o militares. Se nace en la tribu, se vive en la tribu y se hacen transacciones desde y para la tribu.

En este orden de ideas, conceptos como Nación, Estado, entre otros, alcanzan su radio de acción dependiendo del espacio donde se ejerce dominio de grupo. Por ello hemos indicado desde hace ya varios años que Venezuela, tal y como aparece en los textos de historia y cultura nacional, en la práctica, no existe. Además, todo el andamiaje institucionalmente construido y establecido desde mediados del siglo XIX-XX, fue desmantelado y echado a un lado. El Estado de Derecho, como bien colectivo de protección social, es una estructura instrumental al servicio y bajo orientación de grupos de poder. Igualmente, el resto de las instituciones que deberían funcionar de manera ‘autónoma’ y en jerarquía horizontal, según la Constitución nacional.





Visto así, el régimen socialista venezolano, contraviniendo lo dispuesto en el ordenamiento institucional, centralizó el poder y, por lo tanto, en la práctica, como es notorio, público y comunicacional, colocó a todo el entramado institucional bajo el poder central, tanto de una persona como de un partido. Es, por lo tanto, un poder ‘hegemónico’ que en la actualidad tiene bajo su control todo el poder del Estado.

Lógicamente no es posible, entonces, aspirar a un cambio del poder del Estado y del gobierno con un proceso electoral, donde una de las instituciones controlada por grupos de poder, como el caso del Consejo Nacional Electoral, sea real y verdaderamente neutral. El sesgo de su veredicto estará, siempre, bajo sospecha, tanto de quienes ‘ingenuamente’aspiren a cargos de poder y de quienes respalden las candidaturas.

Lo otro es más triste y hasta doloroso. El hambre y la infelicidad del votante, esos seres afantasmados que pasan por las calles de un territorio que en el pasado era una pujante nación y país y república. Por años se consideró el país más próspero de Hispanoamérica y el primero en el mundo, por el alto y evidente índice de felicidad.

Quienes aún hacemos cierta vida en este ex país, sabemos, en la práctica, como ‘se bate el cobre’, tanto en una oposición, en parte complaciente, en parte apegada a intereses con el poder, en parte apegada a prácticas políticas fracasadas, como en la visión hegemónica de un régimen (todo régimen es, en su hacer, de naturaleza criminal), que no permitirá ceder el poder, ni político ni mucho menos económico (ya en múltiples momentos, sus jefes y “luceros’ lo han proclamado públicamente)

Hablar, como ingenuamente algunos sesudos analistas y líderes opositores indican, de ‘avalancha de votos’ es creer en la palabra de delincuentes disfrazados de estadistas. Además, los estudios estadísticos indican que menos del 9% de la población está dispuesta a acudir a los centros de votación. Ese desánimo es congruente con lo expuesto al inicio de este escrito: hambre e infelicidad.

¿Dónde, entonces, estaría la solución? No soy, ni dirigente político ni brujo; aunque no sería ni tan mala idea preguntarle a un militar para saber si tiene alguna respuesta. De lo contrario, el camino cubano-castrista sigue abonándose; con sangre, sudor y lágrimas.

(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG@camilodeasis1 FB @camilodeasis