Luis Eduardo Martínez: La internacional iliberal y el invierno de descontento global

Luis Eduardo Martínez: La internacional iliberal y el invierno de descontento global

El pasado 20 de septiembre, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Gutterres, advirtió durante su discurso en la sesión de la Asamblea General que el mundo sufrirá este año “un invierno de descontento global”. En un tono absolutamente pesimista, el secretario general evaluó el orden mundial anclado en la ONU y constató que “la confianza se está desmoronando, las desigualdades están explotando, nuestro planeta está ardiendo. La gente está sufriendo, y los más vulnerables son los que más sufren…

La Carta de las Naciones Unidas y los ideales que representa están en peligro. El liberalismo es ese ideal que está en peligro. El orden mundial perdió su compromiso (así haya sido coercionado o exagerado) con un estado de derecho internacional, perdió la convicción de que el poder emana del consenso y no de la violencia. Y, sobre todo, perdió la convicción primordial del liberalismo, que los derechos del hombre son intrínsecos y no un privilegio otorgado por el Estado. En un mismo año, el Partido Comunista de China afirmó su intención inequívoca de reintegrar Taiwán, inclusive dejando explícitamente sobre la mesa la opción militar. El régimen de Vladimir Putin, que aun cuenta con más de la mitad del apoyo de sus ciudadanos, desenmascaró su compleja política internacional y le dejó claro a los más ilusos sus ambiciones imperiales. Y la alianza de democracias liderada por la tenacidad OTAN, si bien mostró unidad en respuesta a la guerra en Ucrania, dejó expuestas todas sus debilidades, en un pique por ocultar la hipocresía de las últimas dos décadas. Los cauces de la historia, al igual que el planeta entero, ya pasaron el equinoccio. El eje del poder mundial cambió. Las flores de la democracia se marchitaron, ahogadas en corrupción y cinismo, y el refugio del follaje de la institucionalidad internacional volvió a abandonar a los seguidores de la libertad.

Organización de Cooperación de Shanghai





Luego de más de mil noches sin viajar fuera de su país, el presidente del Partido Comunista de China, Xi Jinping, viajó a Samarkand, Uzbekistán, para la cumbre número 22 de la Organización de Cooperación de Shanghai (Shanghai Cooperation Organization o SCO, por sus siglas en inglés). El viaje de Xi amparó bajo el prestigio del poder del Partido Comunista Chino a los líderes de Rusia e Irán, quienes a su vez compartieron el escenario con los primeros ministros de India, Pakistan y Turquía (observador) y representaciones de Afganistán (observador) y países exsoviéticos de Asia central.

Irán, el segundo país del mundo bajo el mayor número de sanciones económicas por parte de occidente, accedió a la SCO este 16 de septiembre como miembro pleno de la organización multilateral. El mismo Irán que inició el suministro de drones de guerra a Rusia para continuar su destrucción de Ucrania. El ingreso de Irán y la tolerancia de los líderes de la SCO a la presencia de Vladimir Putin en la cumbre en Samarkand terminaron por rebalancear el poder mundial de un eje central liberal a un eje iliberal.

La SCO existe, en materia de seguridad, para combatir de manera multilateral lo que los países fundadores (Rusia y China) califican como los tres males que amenazan a sus habitantes (40% de la población mundial, responsables de 30% del PIB global): terrorismo, extremismo y separatismo. El terrorismo y extremismo al que Rusia y China se refieren es a la amenaza de grupos islámicos, pero se extiende bajo los regímenes autoritarios de la SCO a cualquier actividad que no comulgue con o esté subordinada al poder del Estado. Los terroristas/separatistas, según la SCO, son los activistas pro democracia de Hong Kong, las organizaciones de derechos humanos en Rusia o los separatistas kurdos. A pesar de las evidentes diferencias en el escenario internacional, los regímenes de los países miembros de la SCO comparten la amenaza interna de inestabilidad.

A nivel político, la SCO logró algo sin precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial: alinear ideológicamente a Pekín, Moscú y un numero critico de aliados regionales en contra de la hegemonía de occidente sobre el orden mundial. En la SCO, Putin, Xi, Modi, Raisi, Erdogan, Sharif, los Talibanes y demás líderes de Asia central encontraron los aliados suficientes para hacer realidad un orden mundial multipolar. Los líderes de la SCO, Rusia y China, son los líderes centrales del de facto movimiento mundial de países no-alineados. Los regímenes como Irán ahora pueden fanfarronear a sus seguidores más radicales que, tras 43 años de revolución y resistencia a occidente, han logrado membresía en un organismo multilateral de relevancia mundial. Dictaduras como la de Assad en Siria, Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, respiran un aire de alivio al saber que los parias del orden mundial liberal son acogidos en esta nueva era.

Si bien Cuba e Irán tienen más de cuatro décadas esperando este momento, Maduro, Ortega y sus aliados del Foro de Sao Paulo cerca de tres décadas, es el Partido Comunista de China quien ha sido más paciente en la construcción de este nuevo mundo iliberal. El partido y los seguidores de Mao iniciaron este proyecto hace 100 años y hace 70 lograron el control de su Estado (China). Económicamente, China lidera las iniciativas de la SCO, que en su mayoría coinciden con la iniciativa de la nueva ruta de la seda o el Belt-and-Road Initiative del Partido Comunista de China. El propósito real de la Belt-and-Road Initiative es cada vez más claro para los espectadores de la historia. China está construyendo las venas para oxigenar su economía y permitirle flexionar su poder hegemónico a nivel regional con proyecciones globales. Puertos, represas, autopistas, aeropuertos, ferrocarriles desde Pekín hasta Europa, con subsidiarias en las Américas, todos conectando al mundo a los productos chinos, entre ellos la tecnología ideológica autoritaria, las herramientas para represión y vigilancia de las poblaciones, y las salvaguardas ante la posible intervención de potencias de occidente.

Organización del Tratado del Atlántico Norte

Los líderes de la alianza de democracias lideradas por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han sido rápidos en celebrar la unidad de la coalición mundial liberal ante la invasión rusa de Ucrania (recordemos que son solo 40 de 193 países que están sancionando a Rusia y 30 de ellos son miembros de la OTAN). Lo efusivo de las celebraciones de unidad es relativo a la hipocresía de los sistemas políticos que se cobijan con las victorias pírricas de los heroicos ucranianos.

Por un lado, el G7 negocia un precio tope para la compra internacional del petróleo y gas ruso. Un precio que, según los líderes de las democracias más desarrolladas del mundo, castigará al régimen de Rusia. Sí, exactamente, los líderes de las democracias del mundo mantienen en sus planes la compra de petróleo ruso y, por supuesto, el pago del mismo al régimen de Putin. Por el otro, en Europa, la Unión Europea, en su perezosa prepotencia, ya calculó el precio de salvar cara, tras haber apaciguado a Rusia durante décadas: sus mismos principios liberales.

Los intelectuales de Bruselas, aparentemente despertaron el 24 de febrero, con la noticia de que el Kremlin tiene años infectando los sistemas políticos de Europa y sembrando desunión. Pues este septiembre, la CIA lo confirmó: el régimen de Putin invirtió más de $300 millones para infiltrar partidos políticos en Europa y comprar los favores de líderes políticos. Dinero que fue utilizado para instigar polarización política en Europa. La respuesta tardía de Ursula Von der Leyen y el aparato de la Unión Europea vino el mismo día que se publicó el informe de la CIA durante el discurso del Estado de la Unión en Bruselas. Von der Leyen y una coalición de países miembros de la Unión buscarán reformar los estatutos para permitir decisiones del bloque sin el requerimiento de unanimidad. Una respuesta directa a la inminente amenaza de una Italia liderada por los Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia, un partido político con raíces en el fascismo de Benito Mussolini) y una Hungría prácticamente sostenida por corrupción. El precio de expeditar decisiones reactivas al fracaso liberal y la afronta iliberal.

En Berlín, el gobierno de coalición de Olaf Scholz busca demostrar un liderazgo basado en principios, a pesar de que nuevamente fue Alemania uno de los países más responsables de la crisis en Europa. Berlín apaciguó y potenció las capacidades de Moscú cuando decidió, en 2011, la construcción del oleoducto Nordstream I, tras la invasión rusa de Georgia, y Nordstream II, en 2018, tras la primera invasión rusa de Ucrania. Olaf Scholz, en septiembre de 2022, tras seis meses de guerra y décadas de advertencias, decidió tomar el control de las refinerías rusas en Alemania y se prepara para dejar de importar energía de Rusia, pero también se prepara para nacionalizar UNIPER, una de las compañías de energía más importantes del país, a un costo para el Estado de más de $28 mil millones. Adicionalmente, Scholz hizo un llamado al Bundestag para movilizar los recursos necesarios para que Alemania se convierta en la mayor potencia militar de Europa.

Del otro lado del Atlántico, igualmente la cúpula del poder de Washington utiliza su chequera, o la del pueblo americano, para subsanar tres décadas de complacencia en el escenario internacional. Joe Biden, el sucesor de Barack Obama y cómplice de sus políticas, logró destinar $40 mil millones para asistir a Ucrania en su resistencia y hacer al mundo olvidar la negligencia del supuesto líder del mundo libre. La administración demócrata de Joe Biden además ha recurrido a prácticas políticas iliberales, como la compra de votos (a través de gasto público exorbitante destinado a grupos demográficos políticamente importantes) y la manipulación ideológica de minorías, para mantener poder (como la desbalanceada predominancia de temas de identidad política en las prioridades del gobierno actual).

La desunión de los actores iliberales del pasado en bandos de izquierda o derecha, fascistas o comunistas, está desapareciendo. La SCO es un ejemplo a seguir para los autoritarios del mundo. Una coalición de adversarios unidos por su afán del poder y enemistad con EE.UU. y el orden mundial liberal construido por occidente. La Internacional Iliberal trajo consigo este invierno de descontento global. ¿Retoñará el orden liberal en una próxima primavera?