La crisis económica pasa factura a los niños venezolanos

Un niños juega con un escudo de cartón que simula el del Capitán América durante una fiesta con disfraces en un sector popular, el 22 de febrero de 2022, en Caracas (Venezuela). Globos pequeños, abanicos redondos hechos con páginas de revistas y carteles alusivos a la festividad, además de los disfraces, pompones, sombreros y algunos maquillajes en los rostros, pintan la fiesta de colores que contrastan con el monótono color ladrillo en la favela caraqueña de Petare, la barriada más grande de Venezuela, donde el ingenio disfraza, incluso, a la crisis. EFE/ Miguel Gutiérrez

 

 

 





 

 

El calor, fatiga por la espera y la incomodidad, son los retos diarios de hijos de algunos vendedores informales en el centro de Barquisimeto, quienes no tienen con quien dejar a sus niños en casa y ni les alcanza el dinero para pagar un dólar diario de tareas dirigidas. Duermen bajo tarantines, los inscriben en escuelas céntricas, investigan sus tareas desde el teléfono y los más pequeños se entretienen con videos infantiles, así lo reseñó LA PRENSA DE LARA.

A la vista, solo tenía los zapaticos. Era un niño acurrucado sobre cartones cubiertos por una manta y con una mini corneta a su oído. Lo cubría la base de esa carretilla con peras, manzanas y cambures que ofrecía su padre, quien no se atrevió a declarar desde esa esquina de la carrera 22 con calle 32, en pleno mercado de El Manteco.

A pocos metros, venía Doris Mendoza gritando para que le compraran 4 caramelos por Bs 1, mientras en su mano derecha agarraba a su pequeña de casi 2 añitos. “Es la única manera de ganarme la vida y siendo madre soltera, pues me toca traerme a la niña“, confiesa esa joven de 19 años, que viaja desde Chivacoa con la esperanza de vender 6 paquetes de caramelos al día. Esto le cuesta caminar varias cuadras de las carreras 21 y 22 hasta 4:00 p.m.

La Prensa de Lara

 

 

 

La niña es de fácil sonrisa, robusta y lucía un vestido manchado de todo lo que come. Ella señala que le tienen cariño en un restaurante céntrico y le hacen la caridad de darle almuerzo, así como permitirle bañar a la niña para cambiarle la ropa. “Dios no falta y aún haciendo para comer, necesito un colchón con urgencia”, admite y recuerda que cuando la niña se duerme, le toca llevarla a cuestas, porque no tiene ni para comprar un porta bebé. Llega a su casa con los pies hinchados por el calor del asfalto y de sus caminatas kilométricas.

“Uno sin tener el apoyo de alguien confiable para cuidar los niños, toca traerlos“, señala Mariela Rodríguez en su puesto de ropa deportiva junto a su hijo de 12 años. Él jugaba con su teléfono para hacer el tiempo más corto y ella se lamentaba porque ni siquiera le alcanza el dinero para pagarle tarea dirigida por las tardes. Averiguó y cobran entre $ 1 a $2 por día.

Otro caso con un niño de 2 años está en la calle 29, quien disfruta de las aventuras de “Tiburón bebé” por teléfono y cuyas manos inquietas intentan jugar con las herramientas de trabajo de su padre. Jonathan Jiménez es técnico y repara teléfonos, pero su esposa Lucianny a veces viene a ayudarle junto a su bebé. Ella trae todas las provisiones, le compran comida y cuando le ataca la fatiga, optan por llevarlo a subir y bajar las escaleras mecánicas de un reconocido centro comercial. “Además que él se relaja por un momento, con ese aire acondicionado“, confiesa la madre sonriendo.