León Sarcos: Tenemos que descongelar el futuro

Que finalice un año y llegue uno nuevo no le dice nada a la gente si la libertad está estrangulada y el futuro congelado. El venezolano de a pie que somos casi todos sabe que por el camino que vamos la esperanza está muerta y Las Ilusiones perdidas, como el título de uno de los libros de La Comedia Humana.

Terminará, según los epidemiólogos, este año la pandemia, pero la enfermedad nuestra, una tiranía ciega, sorda e insensible, seguirá avanzando como un cáncer terminal hasta hacer metástasis. Es decir, cuando no quede ninguna institución sana y en pie, el país termine de ser repartido en toletes a mafias y grupos terroristas y la gente empiece a morir por enfermedades desconocidas a causa de la falta de higiene, el hambre y la desesperación. Somos un país que dejó de vivir y sentir; parecemos autómatas en un tiempo detenido. Cuando la opresión se hace muy larga, vamos asumiendo casi naturalmente pasivas conductas olvidadas de un pasado donde también fuimos humillados y ofendidos.

No exagero para nada si digo que el venezolano hace muchos años perdió totalmente la fe en el gobierno, y lo más alarmante es que también ha comenzado a perderla en la oposición. Y no me vengan a decir que el triunfo de Barinas puede leerse como una gran victoria; simplemente es un gesto más de la arrechera y el fastidio de una población saturada de infamias y de dobleces donde no se percibe, aparte de la coherencia de la política exterior estadounidense, a alguien sensato o a un conjunto de ciudadanos con una política sistemática, creativa e ingeniosa, que anuncie o dibuje cuál es el camino para devolverle a la gente su país, sus instituciones, su libertad, sus elecciones, su progreso y su paz. 





Todo es sórdido, borroso, feo; parece parte de un teatro bufo, sin argumento sin coherencia. No hay nadie que levante la voz y les diga a los pensionados cómo vamos a hacer para que sus últimos años no sean de calamidades y dolores, ganando menos de dos dólares, que nos diga qué vamos a hacer con las universidades, qué va a quedar de la famosa autonomía y cómo vamos a hacer eficiente la ejecución del presupuesto, qué tipo de educación vamos a impartir, si será absolutamente publica o tendrá un peso específico la privada; qué pasara con el sector salud, y cuáles serán los sueldos aproximados de una enfermera y un profesor universitario.

Se supone que si vamos a una transición, hay políticas publicas que habrán de ser implementadas; pues es hora de anunciárselas a la gente, ¿no les parece? Cuán lejos o cerca estará esa transición nadie lo sabe, pero el acompañamiento de la gente a sus dirigentes depende de lo afianzado que esté su espíritu de lucha para lo que se quiere cambiar.

Esa será la única manera de incentivarle el ánimo y la vocación de pelea a una ciudadanía que muere de inercia, entre el cretinismo de un gobierno demoníaco y delincuente, sostenido por una cúpula militar que apesta y una oposición dividida, atemorizada, fatigada y aburrida de tanto mirarse el ombligo.

Creo que hay mucho menosprecio a la capacidad y a la iniciativa ciudadana, que es la que estamos obligados a incentivar; se cree más en las redes y en algunos dirigentes de partido que en el esfuerzo y la creatividad de la gente. El secreto de los grandes movimientos de masas que terminan arrollando las dictaduras más feroces es que el ciudadano se transforma en el dirigente de su urbanización y de su barrio a partir de ideas que el caso nuestro no se pueden dejar solo a las redes, sino que deben ser parte del trabajo personal y encadenado boca a boca de muchos. Hay que darle al país un cuerpo doctrinario de no más de diez ideas básicas por las cuales la gente esté dispuesta a dejarse matar.

¿Qué podemos perder que nos impida a todos echar el resto, si vivimos ya una vida de perros? ¿Hasta cuándo soportamos callados e inmóviles los abusos, los atropellos y las arbitrariedades desde que amanece, cuando tomamos un autobús al precio que a los transportistas les dé la gana, con alcabalas que te importunan, te humillan y te exprimen cada vez que pueden? ¿A qué institución educativa van a asistir nuestros hijos si la infraestructura educativa está en el suelo con los maestros muriendo de hambre y los alumnos de mengua, sin servicios públicos ni atención médica y hospitalaria? ¿Qué vida es esta que hemos venido tolerando los venezolanos y hasta dónde permitimos que diez personajes en el ejercicio de una política miserable, ahora dueños de lo que queda de país, hagan y deshagan con el futuro de todos los venezolanos? No es posible; es el momento de decir basta a una sola voz. Para ello es imprescindible organizarse, y para organizarse hay que tener claridad de propósitos.

Esos propósitos tendrán un fin último, que son unas elecciones generales de todos los cargos públicos, con un Consejo Nacional Electoral independiente y el acompañamiento internacional. Para que esto se produzca, es indispensable activar políticamente a la ciudadanía, y para activar políticamente a la ciudadanía tiene que haber una causa que la acompañe y la conduzca a lograr ese fin.

Esa causa que nos active tiene que estar impregnada de los supuestos básicos mínimos de las políticas macroeconómicas, el tratamiento de la industria petrolera y devolución de la confianza al sector privado y a los inversionistas extranjeros. Debe tener grandes lineamientos de una política educativa y de salud; una política proactiva y estimulante para el servidor público, hoy arrinconado en la miseria burocrática sin incentivos, y principios básicos de la orientación social y los subsidios en las primeras de cambio para los sectores mayoritarios más empobrecidos, desasistidos y los pensionados, y, especialmente, debe estar claro de dónde saldrán los fondos de financiamiento para la transición.

Si la gente no tiene motivación para luchar ni el entusiasmo o la voluntad que transformen sus ideas de justica y de libertad en aspiraciones concretas que le transmitan la vitalidad y la esperanza necesarias para trascender más allá del deseo de sobrevivencia diaria, nuestro propósito final se hará inalcanzable. Es el momento de despertar y hacer causa común con el presidente interino, Juan Guaidó, pero no contemplativamente, sino con acciones que hagan sentir que estamos dispuestos a dar lo mejor de cada uno por la causa de la libertad y por el descongelamiento del futuro.