El fascinante viaje de Clarissa Ward, la periodista que muestra el trauma de la guerra desde adentro

El fascinante viaje de Clarissa Ward, la periodista que muestra el trauma de la guerra desde adentro

Clarissa Ward en Siria. Casi ningún periodista occidental había estado allí en más de un año. Veinticuatro horas después de llegar, vieron un ataque aéreo ruso en un mercado de frutas. Visitaron hospitales y juzgados que fueron arrasados (@clarissawardcnn)

 

Estaba sola en las calles de Damasco. Era su primera cobertura como corresponsal de CBS News. Como tenía doble ciudadanía y pasaporte del Reino Unido, logró obtener una visa de turista, pero su productor no. Y no tenía camarógrafo. Tenía poca experiencia en la grabación de videos y no subestimaba los riesgos de embarcarse en una misión de este tipo. Para una periodista, viajar sola la ponía en peligro de desaparecer.

Por Infobae





Pero Clarissa Ward había estado en Siria muchas veces antes, hablaba suficiente árabe para moverse por su cuenta, y estaba desesperada por cubrir el levantamiento sirio en rápida expansión, que estaba alcanzando un punto de ebullición para ese otoño de 2011. Ese día, activistas de la oposición la habían llevado al suburbio de Douma para presenciar un funeral para un niño de 16 años. Y allí estaba, en el ataúd. Había sido baleado por las fuerzas de seguridad sirias el día anterior. Se había convertido en el último mártir del levantamiento de rápido crecimiento contra el régimen del presidente sirio Bashar al-Assad. La gente lloraba, aplaudía y cantaba. Un hombre se le acercó. “Por favor,” le imploró, “ésta es la verdadera Siria.” Su voz temblaba. “Si vienes aquí vas a ver cuerpos de verdad. No son piedras, no son juguetes. Son cuerpos reales”.

Ward es la corresponsal internacional en jefe de CNN desde que reemplazó a la veterana Christiane Amanpour en el 2018. Durante más de 15 años, la periodista ha reportado desde el frente de las mayores zonas de conflicto del mundo, como Siria, Irak, Afganistán y Yemen hasta Ucrania, Georgia, durante la incursión rusa en 2008, e Irán. En las últimas semanas, sus coberturas en el caos de Kabul permitieron sacar a la luz el terror y la incertidumbre que se vivía en las calles ante el avance de los talibanes. Logró escapar en un avión para evacuados, pero antes, gracias a su trabajo, bajó a tierra las claves de un conflicto al que no muchos seguían prestando atención.

En su memoria On All Fronts: The Education of a Journalist (Penguin Press), detalla su singular carrera como reportera de conflictos y cómo ha documentado las caídas y los renaceres alrededor del mundo desde el corazón mismo de la guerra. Vivió en primera persona situaciones al límite, atentados, bombardeos; caminó por escombros y se acostumbró a observar a la muerte de cerca. Le vendaron los ojos y la metieron en un auto que viraba por callejones laberínticos para ir a una entrevista en la que la esperaban hombres armados con AK-47. Escondió tarjetas de memoria dentro de la bombacha; se volvió invisible bajo su hijab y fue agredida por ser periodista, o simplemente mujer.

 

En las últimas semanas, sus coberturas desde el caos de Kabul permitieron sacar a la luz el terror y la incertidumbre que se vivía en las calles ante el avance de los talibanes (Brent Swails/CNN via AP)

 

“Es fácil, como periodista, pasar tiempo en un lugar peligroso y volverse insensible a los riesgos, querer más, nunca pensar que lo que tienes es suficiente”, escribe. Por eso recomienda confiar en colegas experimentados que pueden ponerte en tu lugar. “Recuerdo al gran reportero de CBS Allen Pizzey citando a un editor de la agencia de noticias Reuters en África que convocaba de vuelta a casa a sus reporteros desde las líneas del frente de las zonas de guerra lejanas con un simple telegrama: ‘No puedes presentar el informe si estás muerto’”.

Así, se daría cuenta de que la idea de “marcar la diferencia” en el periodismo es tan seductora como peligrosa: “Fomenta la arrogancia y cambia el enfoque del trabajo real. La realidad es que no estamos para resolver el problema, estamos para iluminarlo”.

Ward cuenta en su libro sobre su infancia y su educación privilegiadas en colegios y universidades de élite (se graduó con honores de Yale). Con madre estadounidense y padre inglés, creció moviéndose entre Nueva York, Londres y Hong Kong. Se le daban muy bien los idiomas y hablaba francés, italiano, ruso y español (años más tarde aprendió árabe para convencer a sus jefes de que la manden a Bagdad, y tuvo que practicar mandarín para una corresponsalía en Beijing).

Su carrera en periodismo comenzó en el 2002 como pasante en la oficina de CNN en Moscú, luego de bombardear a todas los medios de comunicación posibles con un currículum bastante escaso. “Estaba lejos de ser la única que buscaba una entrada en el periodismo. Si bien miles de estadounidenses se habían inscrito para el servicio militar después de los ataques del 11 de septiembre, muchos otros se sintieron inspirados para descubrir más sobre un mundo que había cambiado de la noche a la mañana. Elegí la televisión principalmente porque me atraía su naturaleza social. Me encantó la idea de trabajar con un gran equipo y colaborar”.

Cuando terminó la pasantía, se encontró haciendo el turno nocturno en la redacción de Fox News: “El trabajo de Fox era la Ruta Uno a Bagdad. No había historia más emocionante en la tierra. Era enero de 2003 y Estados Unidos estaba a punto de invadir uno de los países más importantes de Oriente Medio”.

Su horario iba desde la medianoche hasta las nueve de la mañana. Era brutal, pero trabajar por las noches significaba que Ward trataba directamente con la oficina de Bagdad cuando ellos comenzaban el día. Pasaba horas todas las veladas intercambiando mensajes con los productores.

No hacía mucho que había comenzado el trabajo cuando comenzó a insistirle a su jefe para que la mandara a Bagdad como productora. “No tienes experiencia en el campo”, le decía él sin levantar la vista de su computadora. “Pero aprendo rápido y estudio árabe en mi tiempo libre. Sólo dame una oportunidad, no te defraudaré “, suplicaba ella. “Clarissa, no voy a volver a hablarte de esto. No”.

Al final, no fueron sus súplicas las que lograron llevarla a Bagdad, sino la cruda realidad de que, para el verano de 2005, ya nadie quería ir. “Se estaba volviendo demasiado peligroso y el calor del verano iraquí era insoportable. Además, la audiencia había comenzado a cansarse de una historia que parecía repetirse: atentados suicidas, bajas estadounidenses y ofensivas en lugares con nombres impronunciables”, escribe Ward en su libro.

 

La corresponsal entrevista a testigos heridos luego de un ataque a una escuela de Rafah (@clarissawardcnn)

 

“Aparte de las pocas sesiones que realicé durante mi pasantía, no tenía experiencia en el campo y nunca había estado en una zona de guerra. Tales detalles parecían importar poco, tanto a mí como a la cadena de mando. Después de asistir a un curso de capacitación sobre entornos hostiles, donde aprendí a atar un torniquete y a agacharme para cubrirme si había fuego enemigo, me dijeron que estaba lista para comenzar”.

Era el viernes 10 de junio de 2005, dos años y tres meses desde la invasión de Irak dirigida por Estados Unidos para derrocar a Saddam Hussein. Clarissa Ward tenía 25 años y aterrizaba en Bagdad por primera vez.

Allí comenzó su educación periodística, primero como productora que prácticamente no se movía del búnker-hotel de Bagdad, luego productora de campo y más tarde al frente de la cámara. El camino fue largo y sinuoso, repleto de desafíos y hechos fortuitos que la llevaron de oportunidad en oportunidad, de Bagdad a Gaza, Beirut y Bagdad de nuevo.

En ese tiempo exploró las historias de la gente atravesada por el conflicto y la guerra, y entrevistó a figuras clave como el general David Petraeus y el presidente libanés Emile Lahoud. Cubrió la ejecución de Saddam Hussein cuando recién estaba empezando a mostrarse en cámara: “El momento de mi período de prueba fue fortuito. Unos días después de Navidad, Saddam Hussein fue ejecutado repentinamente. Ninguno de los corresponsales más veteranos pudo volar a tiempo para la historia, lo que significó que pasé la mayor parte de las 36 horas haciendo una cobertura completa. Fue extrañamente estimulante: la emoción de compartir noticias de última hora mientras suceden, la adrenalina de permanecer despierta durante horas y horas, el zumbido que surge al saber que estás hablando con fluidez al aire”.

 

La periodista durante uno de sus informes en el norte de Siria (@clarissawardcnn)

 

El Medio Oriente fue un curso intensivo de vida o muerte. La periodista comparte lecciones tanto básicas como de supervivencia: “Trae una CamelBak (NdR: mochila) y mantente hidratado pero no tan hidratado que necesites orinar todo el tiempo. Nadie quiere detener un convoy en una zona poco fiable para dar cabida a la vejiga de una periodista. Recuerda siempre las chanclas para la ducha. Recuerda siempre una toalla (créeme, olvidé la mía una vez). Y siempre trae un libro o dos (puedes llegar a esperar sentado en ese helipuerto hasta por 36 horas esperando que un ‘pájaro’ te lleve a donde necesitas ir)”.

“También hubo lecciones más importantes, como si te topas con una bomba en la carretera, siente todas tus extremidades para asegurarte de que todavía están intactas y luego espera las instrucciones del oficial al mando. No seas una carga para la unidad en la que estás; trae tu propio botiquín y aprende cómo atar un torniquete”.

Durante sus coberturas, escuchó una y mil veces: “Clarissa, necesito preguntarte. ¿Puedes ayudarme a llevar a mi familia al Oeste?”. “Siempre estaba el ardor de la vergüenza”, confiesa. “¿Qué había hecho para merecer la seguridad y el privilegio que me brindaban mis pasaportes? En el caso de Irak, ese sentido se vio agravado por la culpa de ser estadounidense. ¿Cuántas vidas habían sido destruidas por esta insensata invasión?”.

También comenta sobre la misoginia sutil que aún sufren las mujeres en su profesión, desde las recomendaciones que recibió (sin pedirlas) sobre cómo debería verse una periodista en cámara, hasta el avance poco delicado de hombres desde todos los frentes, como Saif Gaddafi, el hijo del fallecido dictador libio Muammar Gaddafi, que trató de besarla en Beirut, luego de ignorarla durante toda la noche en una cena y dirigirse exclusivamente a los hombres presentes.

 

Clarissa Ward aceptando su premio Peabody por su cobertura en Siria (REUTERS/Keith Bedford)

 

Ward pasó dos años en Moscú y dos años en Beijing trabajando para ABC News. Cubrió el terremoto y tsunami de 2011 en Japón y la crisis alimentaria mundial de 2008. Su cobertura recibió un premio Emmy por informes comerciales y financieros. Nuevamente, entrevistó a líderes mundiales como la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton en 2012 y el ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergei Lavrov en 2013, desafiándolos a ambos por la brutal represión del presidente sirio Bashar al-Assad dentro de Siria.

En una cobertura encubierta a Siria en 2014, entrevistó a dos combatientes occidentales sobre por qué se unieron a la yihad. Uno de los yihadistas era un joven somalí-estadounidense del Medio Oeste, lo que convirtió a Ward en la única periodista occidental que entrevistó a un combatiente yihadista estadounidense dentro de Siria desde el comienzo de la guerra civil.

Para lidiar con el trauma de su vocación, Ward comenzó a hacer terapia y a rezar: “Me mantuvo cuerda y humilde. Me ayudó a entender que no podía controlar todo en mi vida. Me permitió ser consciente y agradecida, aceptar la oscuridad y abrazar la luz, para tratar de ser amable y tomar buenas decisiones. Me maravillé de haber sobrevivido en este trabajo tantos años sin ancla espiritual”.

Más tarde, Ward se unió definitivamente a CNN en 2015, donde se desempeñó como corresponsal en el extranjero durante cuatro años y contribuyó regularmente al prestigioso programa 60 Minutes. A principios de 2016, viajó encubierta a áreas controladas por los rebeldes en Siria, donde casi ningún periodista occidental había podido ir en más de un año, para informar sobre cómo era la vida allí bajo el bombardeo ruso y del régimen. Menos de 24 horas después de su llegada, Ward presenció un ataque aéreo en un mercado de frutas que dejó 11 muertos.

 

Clarissa Ward trabajando en las calles de Kabul, Afganistán (Brent Swails/CNN via AP)

 

Seguir relatando sus coberturas sería a esta altura agobiante para el lector: investigó el aumento del antisemitismo en Europa; informó ampliamente sobre el asesinato del columnista del Washington Post, Jamal Khashoggi; obtuvo un acceso sin precedentes al territorio controlado por los talibanes en Afganistán; investigó el uso de mercenarios por parte de Rusia; consiguió la primera entrevista en cámara con un excombatiente de Wagner, el contratista militar privado más notorio de Rusia; siguió a los trolls rusos que operaban en Ghana y Nigeria para avivar las tensiones raciales y provocar disturbios sociales en Estados Unidos; examinó el envenenamiento del líder de la oposición rusa Alexey Navalny; cubrió la cumbre del G7 y la crisis sanitaria por el COVID-19 en la India; e informó sobre la represión militar generalizada y se enfrentó a la junta militar de Myanmar.

Por todas estas coberturas -y más- ganó múltiples premios para ella, su equipo y los medios para los que trabajó. Y en una ocasión, este trabajo traumático y feroz lo hizo estando embarazada: “Había visto sufrir a niños, algunos incluso morir en la guerra. Y la mayor parte del tiempo yo había logrado mantenerme entera, para preservar una distancia entre yo y la historia. Había una barrera. No fue de indiferencia o cinismo; estaba allí para poder hacer mi trabajo. Pero ahora, acariciando mi barriga, supe que las cosas eran diferentes. Algo había cambiado. La barrera se había ido. Era hora de irse a casa”.

En esta memoria, además de contar al lector sobre sus peligrosas hazañas, Ward destapa sus emociones, su duelo por colegas muertos o desaparecidos; entrevistados que murieron fusilados o en bombardeos; mujeres que la reciben en sus hogares y la tratan como una huésped de honor a pesar de tener el corazón roto por un ser querido fallecido recientemente. Ward comparte el lado humano de la guerra y las catástrofes, ve a través de sus ojos la desgracia de la injusticia de haber nacido en el lugar equivocado.

 

Reportando desde las afueras de Tal Abyad en la frontera sirio-turca mientras un flujo constante de artillería turca alcanzaba objetivos alrededor de la ciudad. Las fuerzas kurdas respondieron disparando cohetes y morteros (IG: @clarissawardcnn)

 

La manera en la que narra en On All Fronts la camaradería entre periodistas, las horas y los días sin dormir, el terror de morir de un momento a otro y la brutalidad de las vivencias de sus entrevistados prueba por qué Ward es una de las reporteras que más brillan en el escenario actual.

“Pensé en las mujeres cuya habitación habíamos compartido la noche anterior, en su curiosidad, su risa y su calidez. Cuántas veces me habían recordado que las personas son personas, que hay una experiencia humana compartida, sin importar cuán diferentes sean nuestras sociedades, que nos conecta”, cuenta Clarissa Ward hacia el final de su libro. “Quizás por eso sigo sintiendo tanta pasión por mi trabajo, a pesar de las frustraciones y limitaciones. Ciertamente, fue la razón por la que comencé a hacerlo después del 11 de septiembre. Además de la necesidad de informar y explicar, existe la compulsión de humanizar, de hacer real lo surrealista y ajeno, de recordarle al espectador que más allá de la geopolítica del poder y la brutalidad de la guerra y los choques de culturas, las personas son personas”.