La periodista que desenmascaró a Epstein: Los abusos que contaron las víctimas y las sospechas sobre su muerte - LaPatilla.com

La periodista que desenmascaró a Epstein: Los abusos que contaron las víctimas y las sospechas sobre su muerte

Donald Trump, Melania, Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell en una fiesta a principios del nuevo milenio en Mar-a-Lago,, el exclusivo club de Palm Beach (Getty Images)

 

El 10 de julio de 2019 Jeffrey Epstein, el financista norteamericano con múltiples cargos por pedofilia, violación y abusos, apareció muerto en su celda de la prisión de Nueva York.

Por infobae.com





Su caída había empezado un año antes, cuando la periodista Julie Brown del Miami Herald publicó una serie de tres artículos que lograron poner el tema nuevamente en discusión y que, luego de más de una década, impulsaron a la justicia a actuar. Brown aportó datos, fechas, develó arreglos judiciales, denunció complicidades varias, pero, principalmente, dio voz a las víctimas. Por primera vez se las escuchó a ellas -que en el momento de los hechos tenían entre 13 y 15 años- relatar los abusos sufridos. Esas voces, los relatos de sus sufrimientos, fueron irrefutables.

Al principio, los editores de Julie Brown no estaban interesados en la historia. Les parecía una noticia vieja. ¿Para qué hablar de algo que había sucedido en 2008? La periodista siguió insistiendo. Ella sabía que había algo más en la Causa Epstein que estaba siendo tapado. Acercaba testimonios, pruebas, expedientes judiciales que demostraban que el acuerdo al que había arribado Epstein era muy extraño e infrecuente. Mientras tanto el financista seguía viajando por el mundo, mostrando en fiestas y apareciendo en fotos con personalidades y celebridades que le brindaban legitimación.

Julie Brown, la periodista del Miami Herald que con su investigación logró que Epstein no se escapara de la justicia (Getty Images)

 

Dos hechos públicos hicieron que la insistencia de Brown venciera el desinterés de sus jefes. Donald Trump, al asumir la presidencia, nombró como secretario de trabajo a Alexander Acosta. El anterior trabajo de Acosta había sido el de fiscal general del Estado de Florida. En ese cargo firmó el acuerdo que permitió que Epstein tuviera una sentencia tan leve y beneficiosa en 2008. Al dar a conocer este hecho, la presión sobre el nuevo secretario de trabajo fue inmensa y, pasado un tiempo, debió renunciar. Mientras tanto se destapó el caso de Harvey Weinstein y con el #MeToo ya nada volvió a ser igual. Los delitos sexuales fueron mirados sin la contemplación del pasado.

A pesar de este nuevo escenario, Jeffrey Epstein no consideró que estaba en problemas. No supo leer la nueva geografía. Estaba habituado a salirse con la suya. Ese es uno de los problemas de la impunidad: malacostumbra al que disfruta de ella. Epstein estaba convencido de que era invulnerable, de que la red que había montado con los años lo protegería siempre. Si había un allanamiento en camino, le avisarían; si se dictaba una orden de arresto, le darían tiempo para escapar; si alguien quería hablar, lo callarían por las buenas o por las malas. Un ejército de abogados, matones e investigadores privados se ocupaba de cada detalle. Y en los casos en que no podían hacer que la maquinara no se pusiera en marcha, sabían cómo hacer para que frenara. El sistema de sobornos y amenazas era infalible. O eso parecía.

A esa maquinaria invicta venció Julie Brown con sus tres artículos de investigación en el Miami Herald sobre el caso Epstein.

Mientras el resto de los periodistas fijaron su atención en los grandes nombres del caso, Brown lo hizo en las víctimas. A la mayoría de sus colegas le interesaba la conexión de Epstein con Bill Clinton, con el que viajó por África durante un mes y el que fue varias veces a su isla privada en el Caribe, y con Donald Trump, con el que eran vecinos en el exclusivo Mar-a-Lago de Palm Beach. O sus vínculos con Bill Gates.

Julie Brown, mientras tanto, rastreó por todo Estados Unidos a más de sesenta chicas que habían sido abusadas por Epstein. Ninguna quería hablar. Tenían miedo. Julie Brown entendía pero persistía. Necesitaba esas voces, algunas al menos, para que su historia fuera publicada y para que se conociera la verdadera cara del financista.

La búsqueda de las jóvenes no fue sencilla. La mayoría le cerraba la puerta en la cara. En los ojos de las chicas y de sus familiares había vergüenza, culpa y miedo, mucho miedo. Julie Brown trataba de convencerles de que hablar era lo mejor, que podían salvar a otras de pasar por lo mismo. Recibió más de sesenta negativas pero ocho aceptaron contar su historia. A partir de esos testimonios, ya nada volvería a ser lo mismo para Epstein. Y los que habían dado vuelta la cara, los que no se habían animado a mirar hacia sus delitos, no tuvieron más remedio que actuar.

En su libro Perversion of Justice, publicado recientemente en Estados Unidos, Brown cuenta cómo fue el inicio de la investigación y de qué manera, hechos fortuitos, permitieron que ella continuara con su trabajo.

Brown es periodista de investigación del Miami Herald. Hacía cuatro años que su trabajo se centraba en el sistema penitenciario de Florida; en sus injusticias y en las condiciones de reclusión; en la vida miserable de las mujeres y de los abusos de autoridad. Hacía una década que trabajaba en el diario y su salario no había mejorado. Ella criaba sola a dos hijos y necesitaba una mejora en sus ingresos. Por eso se candidateó para un puesto en el Washington Post. El proceso de selección fue arduo y largo. Julie Brown quedó entre los finalistas. La decisión final llevó varios meses. Pero no fue elegida. De haberlo hecho, ella no se habría dedicado al caso Epstein. En la parte final del prefacio de su libro, Julie Brown especula con la posibilidad de haber obtenido el puesto en el Post. Y sospecha que de haber sucedido Alex Acosta hubiera seguido su camino hacia la Corte Suprema y Epstein continuaría con sus negocios, apareciendo en las revistas y abusando de nenas y adolescentes.

Varias de las chicas tenían 13 o 14 años en el momento de los hechos. Las otras eran apenas uno o dos años más grandes. Todas respondían a un perfil. Venían de familias problemáticas o con antecedentes de violencia doméstica. Los reclutadores de Epstein tenían buen ojo para encontrar el resquicio, para encontrar a los jóvenes que cumplieran con el perfil vulnerable para poder ser captadas.

Ghislaine Maxwell, novia de Epstein e hija del ex magnate de los medios Robert Maxwell, era quien se encargaba de gerenciar ese batallón de chicas reclutado para satisfacer los gustos sexuales de Epstein. Entre los dos crearon un Sistema Ponzi de la prostitución juvenil. Cada una de las chicas recibía no sólo su paga por sus servicios, sino también por reclutar a otras. Así cada una tenía también que conseguir otras candidatas por las que también eran recompensadas económicamente.

¿Cuál era la relación de Ghislaine con Epstein? Novia, mejor amiga, administradora de su hogar, empleada, madama, encubridora, cómplice. A lo largo de casi dos décadas Ghislaine Maxwell ocupó cada uno de esos lugares en la vida de Epstein, muchas veces simultáneamente.

Las víctimas de Epstein describen situaciones similares y ya sea en Nueva York, Palm Beach, las Islas Vírgenes o una abrumadora casa campestre de Les Wexner, quien las instaba a satisfacer los deseos sexuales de Epstein era Gheslaine. Ella las elegía, las reclutaba, les indicaba qué hacer y, muchas, veces, participaba del abuso. También era Maxwell la que las entregaba a los poderosos e influyentes por orden de Epstein.

Foto: Cortesía.

 

Y quiénes se quejaban o querían alejarse del mundo Epstein o, peor aún, se animaban a denunciar los abusos y violaciones, debían soportar la furia y amenazas de Ghislaine. Las perseguía, las acosaba telefónicamente, les recordaba que ella se iba a encargar de que su vida se convirtiera en un infierno.

A cada adolescente le ofrecían entre 200 y 400 dólares por su masaje. A medida que la sesión avanzaba se le pedía que se fuera desnudando. Luego Epstein giraba en la camilla, quedaba desnudo, boca arriba, e intentaba tener relaciones sexuales con la joven; si se negaba o si el intento de forzarla fracasaba, él se masturbaba en su presencia. Luego se levantaba, señalaba el dinero que estaba sobre una mesa y se retiraba. Pero antes de abandonar la sala de masajes (la enorme casa tenía una habitación ambientada como tal) Epstein la invitaba a regresar o le prometía otros 200/400 dólares si traía una amiga con ella.

A esto hay que sumarle que Epstein y Maxwell hacían que varias de estas chicas hicieran las mismas cosas con amigos, socios y clientes de ellos (están acusados o sospechados ex presidentes, el Príncipe Andrés e importantes figuras del mundo de las política y las finanzas), lo que constituye una red de trata. En las múltiples viviendas de Epstein en que los hechos tenían lugar, había cámaras en cada habitación. Por lo que se supone que otro resguardo que Epstein tenía para su impunidad y para asegurarse el cierre de negocios provechosos eran esas filmaciones con las que chantajeaba a sus invitados.

Los artículos de Julie Brown, además de contar con los testimonios de las víctimas por primera vez, mostraron la manera en que durante casi quince años Epstein continuó con su vida pese a las pruebas que pesaban contra él. Eso lo permitió “El Mejor Acuerdo de la Historia” tal como lo llamó la periodista.

En 2006 una mujer denunció que su hijastra de 14 años había sido obligada a desnudarse y a masturbar a un millonario en su mansión de Palm Beach. Ese hombre, claro, era Epstein. Dos policías iniciaron una investigación que llegó a encontrar a 40 víctimas (una vez encontradas las primeras, tirando del hilo de ese esquema Ponzi de abusos, se llegaba a las demás).

Cuando las autoridades allanaron la lujosa vivienda de Epstein ya no había salón de masajes, ni cintas de respaldo en las cámaras de seguridad, y los discos rígidos de las seis computadoras de la casa habían sido borrados. Alguien había avisado a tiempo al magnate. Sin embargo los testimonios eran tan contundentes que la causa siguió su curso.

Los abogados de Epstein (un Dream Team jurídico encabezado por Alan Dershowitz, luego también acusado) llegó a un acuerdo increíblemente beneficioso y benévolo. El sistema penal de Florida es conocido por su severidad. Cualquier otro imputado por esos cargos hubiera tenido que pasar, al menos, veinte años preso. Sin embargo Epstein consiguió 15 meses de prisión con un sistema de enorme laxitud. A partir del tercer mes podía salir a trabajar 12 horas al día, más allá de las comodidades edilicias que disfrutaba (cuarto para la televisión y reuniones, puerta abierta de la celda 24 hs, visitas sin restricciones). A los 13 meses regresó a su hogar. Pero el acuerdo además estipulaba que ya no se podía investigar al respecto y liberaba de culpa a los demás imputados estuvieran o no identificados (es decir, sus cómplices no pagarían ninguna condena aún cuando aparecieran nuevas pruebas o nombres).

El que firmó ese acuerdo en nombre del estado de Florida fue Alex Acosta, el hombre que se encaminaba a ocupar un sillón en la Corte Suprema pero terminó rápido su carrera cuando se dieron a conocer estos detalles.

El otro aspecto que develó Julie Brown fue la ingeniería jurídica de Epstein. No sólo contrataba los abogados más caros y con mayor poder de lobby. También contrataba otros que por su cercanía en casos anteriores con la fiscalía hacían que los que comandaban la investigación tuvieran que excusarse y apartarse. Otra táctica era ofrecerle un mejor destino a sus más empecinados perseguidores. Varios de los que lo investigaron dejaron de un día para el otro sus empleos públicos y se pasaron a la actividad privada. Sus primeros defendidos como abogados, en todos los casos, fueron empleados de Epstein o amigos muy cercanos.

Audrey Strauss, Fiscal Interina de los Estados Unidos para el Distrito Sur de Nueva York, habla junto a William F. Sweeney Jr., Subdirector a Cargo de la Oficina de Nueva York, en una conferencia de prensa anunciando cargos contra Ghislaine Maxwell por su papel en la explotación sexual y el abuso de niñas menores por Jeffrey Epstein en la ciudad de Nueva York, Nueva York, EE. UU., 2 de julio de 2020. REUTERS / Lucas Jackson / File Photo

 

En su libro Julie Brown trata una cuestión más. Expone sus dudas sobre la muerte de Epstein. La versión oficial indica que se ahorcó en su celda. Unas semanas atrás había tenido otro incidente y estaba bajo vigilancia estricta. Sin embargo esa noche, los guardias incumplieron los protocolos de manera burda y dejaron la celda sin vigilar durante horas. Cuando el juez quiso saber qué había sucedido en esos pasillos, no pudo: las cámaras de seguridad dejaron de funcionar ese día.

Brown sumo nuevos elementos. “Epstein tenía hasta un asistente para que le atara los cordones de los zapatos. No hay posibilidad que él se haya colgado valiéndose de las sábanas nada más”, escribe la multipremiada periodista. Para ella, Jeffrey Epstein, al menos, fue asistido en el suicidio, dejando claro que no estuvo solo en su celda.

Después de la muerte de Epstein, el juez, a pesar de la extinción de la acción penal, continuó las audiencias para que las víctimas pudieran brindar testimonio. Luego vinieron los procesos civiles y las demandas por indemnizaciones que tienen como garantía los 600 millones de dólares del patrimonio que Epstein dejó en su testamento, escrito dos días antes de su muerte.

Ghislaine Maxwell, después de estar varios meses prófuga, fue detenida un año atrás. Sus causas se dividieron en dos: por un lado la de perjurio, por sus falsos testimonios en las investigaciones; y por el otro, las de abuso y violación. Tras algunas audiencias preliminares, el juicio se pospuso para noviembre de 2021.