Laurel Hubbard, la pesista transgénero que ha levantado un revuelo mundial

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El magnate Richard Hubbard quiso que su hijo Gavin acudiera al Saint Kentigern College, una institución privada de la ciudad de Auckland exclusiva para niños y adolescentes, todos hombres. Estaba seguro que ahí los ministros presbiteranos consiguen que con la fe en Cristo los estudiantes alcancen la gracia, pongan en práctica la supremacía de Dios y admitan la autoridad de La Biblia. Político prominente y dueño de Hubbard Foods, poderosa empresa alimenticia de Oceanía, el empresario lo criaba con holgura económica, pero algo le importaba más: quería para Gavin una enseñanza religiosa. Por eso confió en que en aulas y templos de esa escuela de la capital de Nueva Zelanda crecería con principios cristianos el tímido niño al que su esposa, Diana Reader, dio a luz el 9 de febrero de 1978 y al que el médico asignó sexo masculino.

Por Aníbal Santiago / Este País 





Cuatro décadas después, Gavin Hubbard ya no existe; existe ahora Laurel Hubbard, levantadora de pesas, la primera atleta transgénero en 125 años de Juegos Olímpicos, la mujer cuya asistencia a Tokio 2020 ha detonado una controversia feroz.

Mucho antes que activistas, médicos, periodistas, deportistas, youtubers, opinaran exaltadamente si por ser transgénero Laurel tiene derecho o no a ser parte del olimpismo y a ocupar un lugar en la selección neozelandesa de halterofilia que desde esta semana buscará medallas en el gran evento deportivo mundial, Gavin, chico de pocas palabras y una corpulencia mayor al promedio de su edad, ingresó en 1994 al gimnasio del colegio. Comenzó a levantar barras con peso, es decir, a apropiarse de uno de los deportes a los que la sociedad ha asociado históricamente a la virilidad: la halterofilia.

 

Blanco de burlas, críticas, memes, de todo el fuego de las redes sociales desde que hace cuatro años apareció en eventos de su especialidad ya como mujer, Laurel se resiste a dar entrevistas. No quiere explicar los motivos para la reasignación de su sexo, ni defenderse de los ataques, ni reflexionar sobre si sus 35 años desarrollándose físicamente como hombre son una ventaja ante las demás adversarias.

En 2017, sin embargo, hizo la excepción: aceptó dar una entrevista de apenas minutos al periodista John Campbell, en la que recordó por qué en la secundaria entró al gimnasio. “Empecé a hacer pesas porque era una actividad de hombres. Pensé que si intentaba algo tan masculino quizá me convertiría. Pero no fue el caso”. Casi siempre inexpresiva, acabó la frase con una risa: su “estrategia” para ser hombre fue un fracaso. No fue tan así su desempeño deportivo: a mediados de los ‘90 era el capitán del equipo escolar de pesas, con el que fue campeón en la categoría 99 kilos del Campeonato Nacional Junior. Y en 1998, con 20 años y un cuerpo de 105 kilos, rompió el record junior neozelandés alzando un acumulado de 300 kilos. El punto más elevado de su desempeño se produjo, quizá, al ser nombrado reserva de la selección nacional, aunque nunca compitió.

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