Misterio, mentiras y personajes turbios rodean el asesinato del presidente haitiano

Una escolta custodia al director general de la Policía de Haití, Leon Charles (REUTERS/Ricardo Arduengo)

 

El que avisa no traiciona y Barbecue había avisado. Jimmy Cherizier, más conocido por su sobrenombre gracias a su afición por asar a sus víctimas, el temido líder del cartel Federación G9, anunció a fines de junio desde su bunker del barrio popular de La Saline que iba a lanzar una revolución contra las élites empresariales y políticas del país. No nombró directamente al presidente haitiano Jovenel Moïse, pero dijo que habría un magnicidio. Cuando Moïse apareció muerto en la residencia de gobierno de las afueras de Puerto Príncipe en la madrugada del 7 de julio, todos los ojos dentro de Haití se volvieron hacia Barbecue. Pero de golpe, en un país de “una violencia con niveles sin precedentes”, de acuerdo a las Naciones Unidas, y un presidente que se había mantenido en el gobierno pese a los innumerables llamados a su renuncia, aparece otra versión estrambótica de lo sucedido. La policía y la mayoría de la elite política descartó de plano la participación de cualquier pistolero haitiano como los que Barbecue tiene en su disposición de a cientos. “Se trata de un complot venido desde el exterior”, dijeron mientras se disputan el asiento presidencial vacante.

Por infobae.com





La versión oficial habla de un pelotón de más de 25 ex comandos colombianos con entrenamiento especial en Estados Unidos que entró en la madrugada a la residencia de Moïse, lo mató, hirió a su esposa y escapó sin tener un plan determinado de “extracción”, como se dice en la jerga del espionaje. La policía los apresó unas horas más tarde. Los comandos habrían sido reclutados por un oscuro médico haitiano-americano para quedarse con el poder. Un relato que en Haití hace mover la cabeza en señal de duda. “Nadie cree esta disparatada versión ¿Cómo es que ningún guardia de seguridad del presidente tuvo ni siquiera un raspón?”, se pregunta el ex senador Steven Benoit. Y el ministro del gabinete de Moïse, Mathias Pierre, tiene otros interrogantes: “¿Cómo puede ser que nadie haya detectado a 25 extranjeros que no hablan creole y que estuvieron en Port-au-Prince por un mes? ¿Dónde consiguieron los numerosos autos que usaron?”.

Algunos de los comandos colombianos apresados en Haití tras el asesinato del presidente. (Colprensa Externos)

Las autoridades haitianas sostienen que Christian Emmanuel Sanon, un médico y pastor que dividía su tiempo entre Florida y Haití, conspiró junto a un grupo de políticos y agentes de seguridad para tomar las riendas del país una vez asesinado Moïse. Durante una redada en la residencia de Sanon en Puerto Príncipe, dicen, la policía encontró seis fundas de armas largas, unas 20 cajas de balas y una gorra de la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados Unidos, lo que sugiere una vinculación al asesinato porque los sicarios que asaltaron la casa del presidente se hicieron pasar por agentes de ese organismo. Pero no hay explicaciones sobre cómo Sanon -que no ocupaba ningún cargo electo- planeaba asumir el poder una vez asesinado el presidente. También es difícil entender cómo podría haber contratado a un equipo de mercenarios para llevar a cabo el asalto, dado que se había declarado en bancarrota ante la justicia del estado de Florida. Sin embargo, hay pruebas de que varios de los principales sospechosos del atentado se reunieron con Sanon para discutir las principales políticas de un supuesto futuro gobierno haitiano.

Parnell Duverger, 70, un profesor retirado del Broward College de Florida, le dijo al New York Times que había participado en unas 10 reuniones por Zoom y en persona con Sanon y otros expertos para “pensar el futuro de nuestro país”. Aunque insiste en que “de ninguna manera se mencionó un golpe de Estado y mucho menos un asesinato”. El consultor de Naciones Unidas, Frantz Gilot, que también estuvo en una de las reuniones asegura que jamás se habló de usar la violencia de ninguna manera: “¡¡¡Jamás, jamás, jamás!!!”, escribió en un mail.

Entre los participantes de esos encuentros estuvieron otros dos personajes que la policía haitiana señala como coautores del magnicidio. Uno es el reclutador de los mercenarios, Antonio Intriago, dueño de la empresa de seguridad CTU Security. El otro, Walter Veintemilla, dueño de una pequeña empresa bursátil de Miramar, también en Florida, Worldwide Capital Lending Group. Dicen que fue quien financió la operación. Y los dos están relacionados con James Solages, uno de los detenidos en Haití que es señalado como el traductor de los colombianos.

El médico haitiano Christian Emmanuel Sanon acusado por la policía de ser el ideólogo del asalto que terminó con la muerte del presidente Moïse.

 

En abril, Intriago se puso en contacto con un sargento retirado del ejército colombiano, Duberney Capador –muerto en el enfrentamiento con la policía haitiana-, y le pidió que reuniera un grupo de ex comandos para “proteger a personas importantes en Haití”, según cuenta la hermana del colombiano, Yenny Carolina Capador. “Vamos a ayudar a la recuperación del país, en términos de seguridad y democracia”, escribió Capador en el mail que envió a varios de sus ex camaradas. El salario sería de 2.700 dólares por mes, una suma mucho más alta de la que podrían cobrar en cualquier trabajo de seguridad en Colombia. Los familiares de los ex soldados ahora presos en Haití dicen que aceptaron el trabajo a pesar de que no sabían a dónde se dirigían ni a quiénes protegerían específicamente.

Los 25 comandos viajaron a Puerto Príncipe entre principios de mayo y el 6 de junio. Y allí Capador les dijo que lucharían contra las bandas criminales, asegurarían infraestructuras cruciales y protegerían a dignatarios e inversionistas, con el respaldo de una importante empresa estadounidense. Pero se pasaron todo el mes siguiente confinados en una casa de campo haciendo ejercicio, tomando clases de inglés y cocinando, según los mensajes que les enviaban a sus familias. En un momento apareció el traductor Solages quien se presentó como un emisario de Worldwide Capital y describió a la empresa como un conglomerado multinacional con 200 filiales que colabora con los gobiernos en la seguridad y la reconstrucción de decenas de países de todo el mundo, incluidos Estados Unidos, España, Somalia e Irak. Una fábula, teniendo en cuenta la historia de rechazo de cheques y deudas que tiene la empresa. Incluso, dicen los familiares, que nunca pagaron el total de los salarios prometidos.

Duberney Capador Giraldo, el ex comando colombiano que reclutó a sus ex camaradas en una foto tomada en el cuartel de Tolemaida cuando aún revestía en el ejército colombiano. Jenny Capador Giraldo/Handout via REUTERS.

 

La versión oficial continúa así: la policía llega a la residencia del presidente tras recibir un llamado de emergencia de uno de los guardias del palacio alrededor de la 1:00 de la mañana. Dicen haber escuchado unos disparos y a alguien que gritaba en inglés: “DEA operation! Everybody back up!” (Esta es una operación de la DEA, todos atrás). También dicen haber visto un convoy de cinco vehículos que escapaban por la ruta de Kenscoff, que lleva al centro de Puerto Príncipe. Otro numeroso grupo policial lo interceptó en la mitad del camino. Los comandos colombianos dejaron los autos y escaparon hacia un edificio ubicado sobre una colina con un enorme cartel en la puerta que reproduce un salmo de la Biblia. Supuestamente, llevaban secuestrados y como escudos a dos agentes de la Unidad de Seguridad del Palacio Nacional (USGPN). La policía rodeó la zona y esperó hasta que amaneciera para comenzar unas negociaciones de las que no hay ninguna información. Fueron “liberados” los dos traductores haitianos-americanos y los dos guardias del presidente. Estos dijeron que en el interior había 25 comandos con rifles de asalto de 5.56 mm. A las tres de la tarde comenzó el asalto con enorme cantidad de disparos y lanzamiento de granadas. En el combate habrían muerto los comandos Duberney Capador y Mauricio Javier Romero, veterano de 20 años en el ejército colombiano combatiendo a las FARC. Otro de los muertos podría ser Germán Rivera García, también militar retirado.

Luego hay un episodio muy extraño en el que 18 de los comandos logran escapar del edificio de dos pisos en el que estaban parapetados y se refugiaron en la cercana embajada de Taiwán. Después de un corto tiroteo, se rindieron. Y de acuerdo a un video subido a las redes sociales, otros dos comandos fueron apresados por los vecinos del barrio popular de Jalousie. Supuestamente, la acción se saldó con tres comandos muertos, y otros 21 colombianos y dos haitiano-americanos presos.

La primera dama, Martine Moïse, quedó herida y fue evacuada de inmediato a un hospital de Miami. Es la principal testigo, pero sólo envió un mensaje culpando del hecho a la “oligarquía haitiana que se opone a la lucha contra la corrupción” que había lanzado, supuestamente, su marido. Y apareció en una foto en Twitter con el rostro demacrado y la mirada perdida. En tanto, el extraño personaje Christian Sanon, según su abogado, dijo que estaba preparándose para ser candidato presidencial en las elecciones que debían realizarse en septiembre, pero negó cualquier implicancia en el asesinato. La DEA también dijo no tener nada que ver con el asunto, aunque admitió que uno de los detenidos había sido su informante.

Colombianos implicados en el asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse. Cortesía Policía Nacional de Colombia.

 

Y hay dos informaciones salidas de Colombia que son muy intrigantes. La primera, dada a conocer por el general Jorge Luis Vargas, el jefe de la policía colombiana, es que el asesor de Seguridad y hombre cercano a Moïse, Dimitri Hérard, realizó varios viajes desde enero hasta junio a Bogotá. Lo hizo triangulando los vuelos a través de Quito, Ciudad de Panamá y Santo Domingo, como si hubiera querido desviar la atención. El otro, es que la autopsia que se realizó al cuerpo de Moïse muestra signos de tortura. Tenía un brazo quebrado y heridas graves en la cara, además de varios balazos.

Mientras tanto, una larga lista de políticos haitianos se pelean por quedarse con el sillón presidencial, el gran jefe de las bandas que asolan y controlan todos los barrios de Puerto Príncipe, Barbicue, está desaparecido y nadie está convencido de que lo que se dice tenga alguna cercanía con lo que sucedió. El racconto de estos hechos está opacado por una gruesa neblina de datos inverosímiles.