Luis Alberto Buttó: De un amigo, en su necesidad

Luis Alberto Buttó: De un amigo, en su necesidad

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

Tengo un amigo que, de lo culto que es, bien vendría que lo llamáramos por la raíz latina de su segundo nombre, la cual evoca al octavo mes del año. Es así porque, cuando en conversaciones cotidianas y como quien no quiere la cosa, trae a colación, por ejemplo, a autores del período clásico greco-romano, lo hace no por haber encontrado la referencia de pasada en casuales lecturas de redes sociales, sino porque los ha estudiado con profusión. En otras palabras, no cita lo que otros previamente han citado para parecer que domina los temas. En estos casos, como en tantos otros, sabe de lo que habla.

Con frecuencia, nos hace llegar a sus amigos libros que valen la pena a través de la mensajería digital. De hecho, varios textos imprescindibles que he leído de un tiempo para acá, son producto de este afán por compartir el conocimiento. Su colaboración en este sentido tiene mayor mérito cuando se sabe que hace años no dispone de internet en casa y tiene que trasladarse hasta un centro comercial cercano, donde algunos vigilantes que lo conocen y aprecian le ceden claves para conectarse y realizar tales envíos. Vale decir, el gesto se aprecia más y dice bien del talante de mi amigo.

En promedio, en estos años de penuria y miseria para el país, desolado como está producto de la imposición de torcidas ideologías que arrastran tras de sí atraso y fracaso, la mitad de los profesores universitarios han dejado aulas y campus, buscando la manera de encontrar formas de compensación económica ya no cónsonas con el bagaje que acumulan y la digna tarea que llevan a cabo, sino que les permitan la más elemental subsistencia. Algunos traspasaron fronteras, otros migraron a la empresa privada o se dedicaron a realizar oficios muy por debajo de su formación, hecho éste que en modo alguno es indigno, pero que sí habla de la pérdida de rumbo y el desperdicio de memoria tecnológica, lujos que, huelga aclarar, no puede darse una sociedad estancada como la nuestra.





Desde la sociología que lo llevó a ser lo que es, mi amigo forma parte de la otra mitad de profesores universitarios que permanece. Para más detalles, es mi compañero de Departamento. En consecuencia, de su sabiduría me he nutrido con el correr de los años. Y si esto lo escribo, lo hago porque previamente me autorizó para hacerlo. Es más, entre risas que surgieron en medio de la conversación en que le solicité el permiso en cuestión, me pidió que dijera su nombre y además lo presentara como “el gordito de EGE”, código éste que entendemos quienes hacemos vida en la Universidad Simón Bolívar. Obviamente, me atreví a lo segundo. Ante lo primero, privó el decoro.

El caso es que la foto de mi amigo circuló esta semana en las redes, expresando un grito de auxilio ante la imposibilidad de costearse la propia alimentación. Profundamente doloroso en sí mismo el asunto, lo resultó aún más por no ser extraño en estos tiempos. Por el contrario, su relato personal forma parte del macro-relato recurrente que define el drama que atraviesan los profesores universitarios de esta tierra; idéntico al de tantos otros profesionales, idéntico al del grueso de los trabajadores venezolanos. Secuelas de un modelo perverso que desconoce el mandato constitucional que ordena que el salario permita la vida digna.

Por supuesto, habrá donaciones que le permitirán alimentarse unos cuantos días. Después, en sus palabras, el retorno de la angustia por la necesidad insatisfecha. Por eso, espero que no le venga alguien con la imbécil sugerencia de que se “reinvente” o de que “emprenda”. Talentos como el suyo no están para las consabidas “reinvenciones”. Son talentos requeridos en la gigantesca y honrosa empresa de construir en estos lares la sociedad del conocimiento que en latitudes foráneas permite el progreso de los pueblos. Allí hacen falta, no en otra calle.

A veces, duele escribir sobre los amigos, como duele escribir mirando el reflejo del espejo.

@luisbutto3