Oscar Arnal: ¿Todos al cielo?

San Ignacio de Loyola (1491-1556) enfrentó varios juicios dentro de la propia iglesia. Sus concepciones fueron vanguardistas. Nació en un cambio de época, no en una época de cambios: moría la Edad Media y comenzaba el Renacimiento. En la Ilustración el papa Clemente XIV suprimió a los jesuitas, la orden religiosa fue restablecida 40 años más tarde.

Fui formado como estudiante por la “Compañía de Jesús”, que regenta cientos de colegios y universidades en todo el planeta. Algo que aprendí es que la clave está en el fondo de las cosas y no en las formas. Tal y como lo diría el Principito “lo esencial es invisible a los ojos”. San Ignacio lo expresó bien “poner el esfuerzo en las obras más que en las palabras” o “predicar con el ejemplo”. Tarea que no entiende un desgobierno como el que tenemos que llama a vacunar entre los primeros a sus propias huestes.

En una oportunidad, haciendo los “ejercicios espirituales” de San Ignacio de Loyola, escuché al sacerdote encargado explicar que había una teología que señalaba que Dios había aparecido a todas las culturas, de manera que cada una lo pudiera entender. Se había manifestado de manera distinta en este mundo tan diverso. Me pareció muy coherente. Los cristianos, a pesar de que somos en este momento una mayoría entre los creyentes y alcanzamos a ser alrededor de 2.500 millones, vivimos en un planeta que tiene unos 7.594 millones de habitantes, de manera que los que profesamos la fe en Cristo somos 33% de la población mundial, mientras un 67% pertenece a otras religiones, son agnósticos o ateos. El porcentaje mundial de católicos es de solo un 17,73%, el 15,27% cristiano restante está compuesto por otros grupos donde los protestantes son mayoritarios. América es el continente con el mayor número de católicos, con el 48,6% de todo el mundo. África acoge al 17,6 %, Asia (donde vive el 60% de la población del planeta) al 11 %, Europa al 22 % y Oceanía al 10,4 %. Pero donde el número de fieles crece más rápido es en África. Hoy los musulmanes representan un 24% de la población mundial, 9% menos que todos los cristianos, pero su población crece a mayor ritmo. Entre ellos los Sunitas son una abrumadora mayoría.  Investigaciones señalan que de mantenerse las tendencias en el año 2.050 los números entre cristianos y musulmanes serán paritarios, y a partir de 2.070 ya los musulmanes serán una clara mayoría. Interesante es señalar que los cristianos seguimos creciendo, aunque a un ritmo menos explosivo que los musulmanes.





Todo lo anterior se enlaza con aquello de la encíclica que señala: “Los que sin culpa propia ignoran el evangelio de Cristo y de su iglesia y, sin embargo, buscan a Dios con sincero corazón y se esfuerzan, bajo la influencia de la gracia en cumplir en sus obras la voluntad de Dios que conocen mediante la voz de su conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna” (Lumen Gentium n. 16; cfr Gaudium et Spes n. 22 45). A esto se suma lo que explicó el teólogo jesuita Karl Rahner, sobre el “cristianismo anónimo”, haciendo referencia a que aquel que practica los valores del humanismo cristiano aunque desconozca la religiosidad católica tiene derecho a salvarse. Siempre pensé que si Dios existe y debe existir debido a que el universo no ha surgido de la nada, la salvación tiene que ser para todos los seres humanos buenos por igual y sin excepción, no solo para los que hemos tenido la gracia de la formación cristiana o para una notable minoría. De cualquier manera, la práctica religiosa es importante para contar con gente con discernimiento en cuanto a lo que está bien y lo que está mal.

Así las cosas, después de nuestra desaparición física debemos encontrar a muchos en el cielo de todas las religiones, razas, culturas e incluso a los que sin creer en Dios viven de acuerdo al deber ser y a sus conciencias. Todos aquellos que quieren trascender y dejar un mundo más humano y mejor, están llamadas a la vida eterna, y en la tierra prometida, allá en el cielo nos vamos a reunificar…

@OscarArnal