¿Cómo se vive en la ciudad de Tailandia que fue invadida por miles de monos? (FOTOS)

¿Cómo se vive en la ciudad de Tailandia que fue invadida por miles de monos? (FOTOS)

Monos beben agua afuera de una tienda en Lopburi, Tailandia, donde manadas de macacos cangrejeros que eran un atractivo turístico pasaron a ser una molestia grave para los pobladores (Adam Dean/The New York Times)

 

Varios clientes esperaban afuera de una sucursal bancaria en Lopburi, Tailandia. Habían dejado sus joyas en casa y mantenían otros tesoros fuera de la vista; sin embargo, el peligro seguía al acecho.

Por Infobae





A plena luz del día, observaron a un ladrón robar un té helado y a otro vándalo atacar descaradamente el asiento de una motocicletaUna mujer abandonó su lugar en la fila cuando un acosador agazapado amenazó con morderla.

Con un suspiro, un policía blandió una resortera y los monos se dispersaron. Menos de un minuto después, estaban de regreso.

Los monos han copado el interior de las tiendas de Lopburi. (Adam Dean/The New York Times)

 

Lopburi, la otrora capital de un reino siamés y repositorio de arquitectura antigua, es una ciudad bajo acecho. Los macacos cangrejeros, una especie del Sureste Asiático con ojos penetrantes y una naturaleza curiosa, han abandonado los templos en los que antes eran venerados y han tomado el corazón de la ciudad antigua.

Su creciente población, al menos 8400 en el área donde la mayoría está concentrada en algunas cuantas cuadras de la ciudad, ha diezmado partes de la economía local. Con grupos territoriales de macacos deambulando por el barrio, docenas de negocios —incluyendo una escuela de música, una tienda de oro, una barbería, una tienda de celulares y un cine— han sido obligados a cerrar en los últimos años.

La pandemia de coronavirus se agregó al caos. Los juguetones monos atraían a grandes cantidades de turistas, así como a fieles budistas, quienes creen que alimentar a los animales es una acción digna de mérito. Sus ofrendas favoritas incluían yogur de coco, gaseosa de fresa y paquetes de aperitivos de colores brillantes. Ahora los macacos no entienden dónde ha ido la fuente de su sustento. Y están hambrientos.

Un guía (a la izquierda) vende galletas a los turistas que alimentan a los monos frente al templo de Phra Kan en Lopburi. (Adam Dean/The New York Times)

 

A través de los años, los monos se mudaron a edificios abandonados. Rompen exhibidores y sacuden los barrotes instalados para mantenerlos fuera. A menos que los guardias de seguridad estén vigilando, los monos arrancan antenas y limpiaparabrisas de los autos estacionados.

Los aretes que cuelgan, las gafas de sol y las bolsas de plástico que lucen como que podrían contener comida son irresistibles para los monos. Y en las áreas de la ciudad más densamente pobladas por los animales, muchos residentes viven con temor del siguiente ataque sorpresa.

No obstante, en una cultura mayoritaríamente budista en la que sacrificar monos perturbaría sensibilidades espirituales, los funcionarios y residentes locales tienen pocas opciones para protegerse de las pandillas de macacos. Además, en el pasado, los monos atraían turistas a Lopburi. Sin ellos, la economía podría sufrir aún más.

Los monos comen frente a un mural pintado en su honor en una calle de Lopburi. (Adam Dean/The New York Times)

 

Los aretes que cuelgan, las gafas de sol y las bolsas de plástico que lucen como que podrían contener comida son irresistibles para los monos. Y en las áreas de la ciudad más densamente pobladas por los animales, muchos residentes viven con temor del siguiente ataque sorpresa.

No obstante, en una cultura mayoritaríamente budista en la que sacrificar monos perturbaría sensibilidades espirituales, los funcionarios y residentes locales tienen pocas opciones para protegerse de las pandillas de macacos. Además, en el pasado, los monos atraían turistas a Lopburi. Sin ellos, la economía podría sufrir aún más.

Yupa, de 70 años, dijo que, cuando era una niña, los monos eran menos, más grandes y más saludables, su pelaje era brillante y grueso. Permanecían en los templos, así como en las ruinas de la antigua civilización jemer que alguna vez tuvo poder sobre esta parte de Tailandia central.

Monos aferrados a las rejas de un negocio de los muchos que decidieron cerrar por la invasión. (Adam Dean/The New York Times)

 

No obstante, con la afluencia de visitantes, algunos extranjeros, encantados con los monos, llegó una fuente fácil y a menudo poco saludable de alimento. Además de plátanos y cítricos, los macacos se dieron un festín con comida chatarra. Su pelaje se hizo más delgado. Algunos se volvieron calvos. Sin tener que preocuparse por su siguiente comida, los monos, que pueden dar a luz dos veces al año, tuvieron más tiempo para otras actividades. Hubo una explosión demográfica.

En comparación con los monos del bosque, sus equivalentes urbanos tienen menos músculo y son más susceptibles a la hipertensión y a las enfermedades hematológicas, dijo Narongporn Doodduem, director de una oficina regional del Departamento de Conservación de la Vida Salvaje.

Funcionarios locales de la vida silvestre han comenzado a esterilizar en masa a los monos para controlar su número. Más de trescientos animales fueron sometidos a intervenciones quirúrgicas el mes pasado y doscientos más serán esterilizados en agosto.

Capturar a los monos para las operaciones es una gran labor, dijo Narongporn, el funcionario de la vida silvestre. El primer día de la campaña de junio, los atrapamonos vistieron uniformes camuflaje y atrajeron con comida a los animales hacia las jaulas. Sin embargo, para el segundo día, los monos sabían que debían evitarlos. Los atrapamonos tuvieron que cambiar su atuendo y vestir pantalones cortos y camisetas florales, para hacerse pasar como vacacionistas.

Los monos se lanzan en busca de fruta en la cajuela de una camioneta. (Adam Dean/The New York Times)

 

“Los monos son listos”, dijo Narongporn. “Ellos recuerdan”.

Debido a que el coronavirus evita que muchos turistas y peregrinos budistas visiten Lopburi, los residentes locales se han encargado ellos mismos de alimentar a los monos.

“No podemos dejarlos morir de hambre”, dijo Itiphat Tansitikulphati, propietario del hotel Muang Thong.

Cada día, una mona de avanzada edad llega a su hotel y espera educadamente a que le sirvan su comida. Pastel de plátano es su platillo favorito, pero también le gusta la fruta sola.

Nirad Pholngeun, un oficial de policia, hace la mímica como si disparara una piedra con su gomera, para intentar asustar a los monos. (Adam Dean/The New York Times)

 

“Hace mucho tiempo, una gran parte de Lopburi era bosque, así que estamos quitándoles la tierra a los monos”, dijo Itiphat.

Él, un hotelero de tercera generación, ha cedido el último piso a los monos, quienes lo han destruido con el entusiasmo que lo harían borrachos en una fiesta, al romper tablas de madera y triturar metal corrugado.

Una cerca electrificada protege la planta baja del hotel. Sin embargo, incluso antes de la llegada del coronavirus, los visitantes, muchos de los cuales eran personas en viajes de negocios, fueron ahuyentadas por los monos merodeadores, dijo Itiphat. Su hotel apenas subsiste.

“El equilibrio entre humanos y monos se acabó”, dijo. “Afecta al negocio”.

2020 The New York Times Company