“La vida sigue y ahí está”: El mensaje de un filósofo en cuarentena

“La vida sigue y ahí está”: El mensaje de un filósofo en cuarentena

En Medellín, desde el jueves, habrá pico y cédula para mercar. Foto: Jaiver Nieto / EL TIEMPO

 

Llevo guardado en mi casa ya doce días y supongo que lo estaré algunos días más.

Cumplo con la cuarentena y una rutina de levantarme, beber un jarro de café oscuro, mirar las plantas que hay en el patio, ir a la biblioteca para tomar un libro, leer algo (necesito saber algo nuevo todos los días), luego escuchar alguna canción y sentarme a la computadora para organizar lo que debo hacer.





Por Memo Ánjel / eltiempo.com

Soy profesor universitario y doy cuenta de cuatro cursos, que dicto de manera virtual. Para ello me ayudo de un chat y de unos cuadernos donde dibujo diagramas para irlos acompañando de los textos que escribo para cada clase.

También envío a mis alumnos libros cortos, de gran contenido, a más de una pequeña reflexión para motivarlos. En esto se me va la mañana, que también contiene un desayuno simple.

Como vivo en un barrio silencioso (claro que a veces alguien pone a sonar su música, pero es por poco tiempo, supongo que los vecinos se quejan), aprovecho estar en el balcón de mi casa para ver los árboles, las casas cerradas y mirar a los que pasan o van repartiendo cosas.

En este balcón trabajo hasta que el sol del mediodía me obliga a encerrarme. Claro que a veces el cielo encapotado (con trazas de contaminación) me permite estar más tiempo en ese lugar, al que también llegan ruidos de motos y autos (muchos de ellos, taxis). Me siento en una ciudad vacía, pero acogedora.

José Guillermo Ánjel (Memo Ánjel), escritor colombiano de origen sefardí (judío español) es doctor en filosofía de la UPB y comunicador de la misma institución. Foto: José Guillermo Ánjel

 

Para sobrellevar el encierro (que no me atormenta porque es bueno para escribir y dibujar), tengo claro el libro de Magallanes, que Stefan Zweig (su autor) llamó el de la vergüenza.

Se preguntaba Zweig (yendo como pasajero en un trasatlántico de lujo), cómo él se sentía aburrido en ese lugar cuando los marineros de la primera vuelta al mundo pasaron meses enteros encerrados en pequeños barcos (en los que iban hacinados) con mala alimentación y los muchos miedos de un mar que cambiaba de humor cada tanto. Pensando en esto, me siento afortunado.

También tengo claro el relato de la Pascua hebrea (Pésaj), cuando se dice que hubo diez plagas (una más terrible que otra) y el encierro fue la última (el ángel del Señor marcaría las puertas que no tocaría la peste), para salir de allí los judíos a construir la libertad.

En este encierro he aprendido varias cosas: que la casa es un espacio en el que yo me encuentro conmigo mismo, que el humor es un factor importante de convivencia (la revista Selecciones traía siempre un artículo bajo el título de La risa, remedio infalible), que ordenar el día por horas (unas de trabajo efectivo y otras para el ocio creativo (como proponía Benjamín Franklin) funciona, que cada día es nuevo y la comunicación por celular, cuando no se abusa de ella, tienen sus encantos.

Por estos días de cuarentena dejo que la vida pase, que yo estoy en esa vida, que viajo en el tiempo y hago cosas. Y que tengo a mi alcance un libro que releo: El camino del hombre, de Martin Buber.