En la Edad Media, la naciente universidad vivió sometida a la lucha de poder entre la Iglesia y la Monarquía. Triunfó la razón. Se establecieron los mecanismos de autocontrol entre las instituciones del Estado y –como consecuencia- la autonomía de las universidades. Hoy vivimos en Venezuela la carencia de esos controles, la disolución del Estado. Nuestra mera existencia como institución autónoma está en inminente peligro.
Durante esos ocho siglos hemos atravesado períodos de tinieblas, cuando parecía apagarse la llama, la razón humillada, despreciada la vida civil. El feroz atropello del gobierno contra sus propios ciudadanos. Ante esas calamidades las universidades han demostrado recurrentemente ser una fuerza civilizadora, las casas de la razón, que nos han permitido emerger de las cenizas de las derrotas, optimistas y fértiles. En esos ocho siglos han desaparecido imperios, se han creado y disuelto naciones, hemos presenciado el esplendor de nuestra civilización, y lo frágil que ella es. Pero las universidades han permanecido fieles a su designio que podemos sin mayor esfuerzo remontar a cinco siglos antes de Cristo: fuentes de luz y alegría para nuestras sociedades.
Profesor Alfredo Rosas
Departamento de Química
Universidad Simón Bolívar