Cesar Pérez Vivas: El sentido de nación

La situación del país nos obliga a reflexionar sobre el concepto de nación que tenemos los venezolanos de hoy. Internalizar el sentido de nación al que estamos llamados los ciudadanos, pero muy especialmente la dirigencia política democrática.

A la camarilla usurpadora no se les puede exigir ese compromiso, porque han demostrado hasta la saciedad su desprecio por el conjunto de la sociedad, especialmente por quienes disienten de su particular forma de entender al hombre, al estado y al país.

La escuela marxista concibe al hombre como materia, como un agente integrante de un colectivo. El estado es el centro de toda su preocupación, al convertirlo en eje conductor de la totalidad de la vida social. Por lo tanto, esa visión del hombre y del estado los lleva a entender al país como el espacio donde ejercen un poder omnímodo, casi como una propiedad que les pertenece de forma vitalicia. La nación no es una sociedad, es una entidad, que junto al territorio les ofrece la oportunidad de aprovechar al estado para sus particulares intereses. Es un botín que se toma para la concupiscencia. Para ellos solo vale su particular forma de entender la vida, sin importar absolutamente nada otras opiniones.





Los demócratas, en cambio, debemos asumir con entera responsabilidad la visión antropocéntrica de la vida social, que hace al hombre, en cuanto que persona humana, eje central de la sociedad y objeto de protección por un estado democrático. Para que el país pueda ser viable el estado debe ser democrático, siendo fundamental colocar por encima de cualquier interés parcial o particular, el interés superior de la nación.

No faltará quien pueda considerar estos conceptos como abstractos, o inútiles en la cotidianidad de la vida política. Pero sin esos principios básicos, sólidamente internalizados, es imposible construir una nación, generar el bien común y en consecuencia lograr sociedades modernas, democráticas y justas.

Los días pasan y el sentido de nación luce extraviado en estos días finales de 2019. La camarilla usurpadora concentrada en perpetuarse en el poder, aunque el 80% del país muera de mengua como consecuencia del saqueo y la destrucción del tejido institucional y económico.

Lo más grave es que la diversidad de la sociedad democrática luce igualmente pérdida en el tiempo y en el espacio. Cada partido, cada grupo, cada actor político luce más interesado en observar su propio ombligo, en llenar su ego, buscar su propio beneficio, eliminar a quien pudiera resultarle incómodo, que en acuerpar voluntades, energías, recursos y esfuerzos para salvar la nación del proceso de destrucción en la que se encuentra.

Es duro tener que decirlo, pero es nuestro deber, por lo menos dejar constancia, de la preocupación que nos embarga por el cuadro en el que estamos inmersos.

De la esperanzadora unidad y victoria lograda en diciembre de 2015 al cuadro de división, sectarismo, corrupción, revanchismo y egoísmo que estamos presenciando hay una distancia sideral. Hemos perdido el rumbo, y es menester recuperarlo.

Todos estamos obligados a ofrecer nuestro concurso colocando por sobre todas nuestras legítimas aspiraciones, el sentido de una nación a las puertas de una desintegración.

Si a cualquier lector le parece exagerada mi afirmación, los invito a pensar cómo se puede calificar a una nación que ha visto partir al 20% de su población, incluyendo a los más jóvenes, a densos sectores profesionales y talentos en todos los órdenes. Pero lo que es más grave, con la posibilidad de otra estampida en puertas, ante la posibilidad de que la ignominia del régimen socialista, pueda consolidar su presencia usurpadora en los espacios del poder político y económico del país.

La destitución de Humberto Calderón Berti de nuestra representación en Colombia, es apenas una muestra de la falta de madurez y del sentido de unidad y trascendencia, que nos afecta en esta hora crucial. La develada y triste historia de corrupción en un grupo de noveles diputados, tocados por la onda expansiva del saqueo chavista en los CLAP, evidencia el daño moral que nos afecta como sociedad.

Por otra parte la posibilidad de lograr una solución política y electoral se aleja en la medida que se dificulta la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral, porque los agentes de la dictadura, sólo esperan el momento oportuno para activar a su TSJ y designar el árbitro parcializado que siempre buscan.

El llamado G4 no debe repetir el espectáculo del 2016, con la designación de los rectores del órgano electoral. Debe existir desprendimiento y grandeza para acordarse en torno a ciudadanos representativos del conjunto de la sociedad democrática. Insistir en un reparto de cuotas, para elegir militantes comprometidos, poco conocidos en la sociedad, es abonarle el terreno a la dictadura, y fortalece los sentimientos de desconfianza que se vienen apoderando de la mayoría ciudadana.

Es importante que valoren los errores ya cometidos en el anterior proceso frustrado de designación de rectores electorales. También es importante evaluar las fallas cometidas con la designación de magistrados del TSJ, donde terminaron eligiendo perfiles sin las credenciales que esas magistraturas requieren.
Resulta, entonces, fundamental dejar de lado él inmediatismo, el protagonismo estéril, el partidismo agudo. Es hora de poner por delante el supremo interés de la nación. De una ciudadanía que está harta de la dictadura, de su miseria, y también de liderazgos vacíos, incapaces de entender a Venezuela como una nación, con derecho a un destino superior.