Ser la esposa de un militar preso en Venezuela: Irene Olazo de Caguaripano

Ser la esposa de un militar preso en Venezuela: Irene Olazo de Caguaripano

 

Irene Olazo de Caguaripano prefiere que la reconozcan solo como Irene. Intenta evitar sentimientos de aprecio o de lástima por ser la esposa de un militar preso y torturado en Venezuela durante la gestión de Nicolás Maduro. No ha sido fácil, dice que muchos ven a su esposo como un héroe y a ella como ese bastón fortalecido que alza la voz por su liberación.





Raylí Luján / LaPatilla

Irene se casó con el capitán Juan Carlos Caguaripano en junio de 2010. Desde ese momento supo que su vida cambiaría drásticamente. “Aunque Juan Carlos estaba firmando un documento para unirse en matrimonio conmigo, ya él había jurado ante Dios defender la patria. Y eso era primero”, sostiene en entrevista exclusiva para LaPatilla.com.

Caguaripano, recluido en la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) de Plaza Venezuela desde agosto de 2017 fue quien encabezó el asalto al Fuerte Paramacay en Carabobo ese mismo año, en rebelión contra el gobierno de Maduro. 

Olazo, de 37 años de edad sintió alivio y preocupación aquel día que vio a su esposo junto a otro grupo de funcionarios alzándose en armas contra un régimen al que no le hacía frente por primera vez. “Me levanté en la madrugada a prepararle el tetero a mi hija. Mientras lo hacía, revisé el Twitter, leo a las 4:30am que habían detonaciones en el Fuerte Paramacay. De repente corre el video de mi esposo allí en Paramacay, es el único que tiene la cara descubierta, es el único que está hablando. Sentí alivio de verlo vivo, de verlo bien y fuerte tras 3 años y medio sin saber de él. No obstante, me invadió un temor profundo, un miedo como nunca que me hizo correr, hacer un bolso, tomar a mi hija y salir de mi casa sin rumbo alguno”, cuenta.

La joven fisioterapeuta sabía que este pronunciamiento de Caguaripano era mucho más contundente que otro protagonizado por él mismo en 2014, el que le valió alejarse de su familia para vivir en la clandestinidad luego de ser acusado de traición a la patria y rebelión por mostrar su rechazo público a la represión contra las protestas antigubernamentales de ese entonces.

“Lo ocurrido en Paramacay no fue el punto de partida de Juan Carlos, porque el punto de partida fue en el 2014 cuando él sale a la clandestinidad. Más allá de eso, yo creo que mi vida cambió en el momento en que decidí casarme con él. Juan tenía claro que era lo que como militar no iba a soportar. En 2009 estuvo 15 días en los calabozos del Dgcim junto a Juan Carlos Nieto Quintero, porque Chávez estando en vida lo mandó a meter preso ante unas elecciones y recuerdo mucho esa alocución cuando dijo: ‘Ahí tengo en el calabozo del Dgcim a dos capitancitos que se van a podrir ahí por un intento de magnicidio’. Esos dos eran Caguaripano y Nieto Quintero, quienes a los días salieron porque no se demostró absolutamente nada. Simplemente eran dos militares que se manifestaban en contra de lo que estaba ocurriendo en la institución de la Fuerza Armada”, relata Olazo.

Explica que su matrimonio nunca fue común, pues ha sido más el tiempo que han vivido separados que como pareja. En su primer año de casados, Caguaripano fue trasladado para Amazonas y aunque Irene logró trasladarse en una comisión de servicio del Hospital Clínico Universitario de Caracas, donde laboraba, solo pudo permanecer con él durante año y medio. 

“A pesar de que él estuvo un año y medio más en Amazonas, yo regresé a la capital a vivir con mi familia porque él se metía con campamentos guerrilleros, los destruía en territorio venezolano y empezó a recibir mensajes de amenazas. Lo amenazaban con mi persona. Me montó en el primer avión que pudo. Posterior a eso, seguí trabajando en el HUC y él cada vez que tenía permiso, nos veíamos. La casa que compramos fue invadida y robada, nunca logramos recuperarla. No nos veíamos como un matrimonio normal en nuestra casa, si no siempre de visita en casa de mis padres o de sus padres, compartíamos allí y así estuvimos hasta el 2013 que quedé embarazada”, detalla.

A Irene Olazo le tocó tomar la dura decisión de migrar embarazada. Quería garantizarle a su hija otra nacionalidad, pensando siempre en la posición tan complicada que su esposo había asumido. No fue fácil. Aunque contó con el apoyo de familiares de Caguaripano  se encontraba en un país ajeno lidiando con un embarazo de alto riesgo. La niña nació en Costa Rica y Juan Carlos pudo estar presente. A los 15 días regresaron todos a Venezuela, al capitán de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) le había tocado volver a Puerto Ayacucho en Amazonas.

Cuando llegó 2014 y Juan Carlos decide irse a la clandestinidad, Irene asume la crianza de su hija además de la persecución a las que ambas fueron sometidas. “Me tocó ser sujeto de persecución, vigilancia, allanamiento, acoso, llamadas telefónicas, visitas de coroneles, de funcionarios a las casas de mis padres, de mis suegros. Vivir escondida bajo una burbuja sin poder tener una vida normal durante todo ese tiempo, porque ellos esperaban que él apareciera”.

Fueron 3 años y medio los que ella y su hija pasaron sin tener noticias de Juan Carlos. No tenían comunicación alguna y aún así eran intimidadas por los cuerpos de seguridad del Estado. “La casa de mi familia fue allanada, fueron perseguidos y la niña teniendo 4 meses de nacida tuvo un intento de secuestro en la urbanización donde viven mis padres por funcionarios del Dgcim. Se denunció, se llevó para la Lopna y para Fiscalía, pero me dijeron que no se podía hacer nada porque era el Dgcim y que me fuera del país. Donde yo pisaba, allanaban. Era por ello que Juan Carlos prefirió cortar todo tipo de comunicación con nosotras por seguridad. No supe nada hasta esa vez que apareció en Paramacay”.

Tras la detención por lo ocurrido en Paramacay

Caguaripano fue detenido en agosto de 2017 y su familia estuvo 40 días sin saber de él. Les dieron finalmente una fe de vida. Pasaron otros 100 días más para que pudieran autorizarle las visitas en el Sebin. Su hija, ya de 4 años estaría viendo a su papá por segunda vez. 

“Ver que mi hija conociera a su padre bajo esas condiciones no es fácil. No es fácil que tu hija llena de ilusión porque por fin verá a su papá, tenga que abrazarlo con un montón de hombres armados alrededor, vigilada por todos lados y grabada por una videocámara a pesar de todas las cámaras de seguridad que ya habían allí. Pero eso fue un dulcito para mi hija, saber que su padre no eran cuentos ni solo fotos, sino que su padre era de verdad y estaba vivo y aún así estaba tratando de recuperarse de las graves torturas”, sentencia Irene.

El día de la visita también fue un día de oxígeno para ella. Cuando supo de su detención por la Policía Municipal de Sucre, le invadió un gran temor por la integridad física de su esposo y pensó que no se lo entregarían vivo. 

“No era fácil porque tenía 3 años y medio sin saber de él, sin saber de sus planes, sin saber cuál era su pensamiento o su proyecto y aun asi no podía abandonarlo y dejarlo solo en ese momento. Yo llamé a un montón de abogados, incluso al Foro Penal y nadie quería tomar el caso de Juan Carlos porque había una sustracción de armamento. Todos tenían miedo. El único que inmediatamente me dio su apoyo y fue muy prudente, fue su abogado actual Alonso Medina Roa y Luis Argenis Vielma, quien hoy en día es un perseguido político y le imputaron como abogado los mismos delitos que a Juan Carlos. Pero la sensación del momento cuando lo detuvieron es indescriptible, porque igual como ocurrió cuando salió en Paramacay, son sensaciones de alivio por un lado y preocupación por el otro”, explica.

El secuestro 

Irene Olazo siempre estuvo muy relacionada con causas sociales. Le preocupa el sufrimiento de otros y siempre buscaba opciones para ayudar. Cuando ocurrió el asesinato de Oscar Pérez y su grupo en El Junquito, Irene supo que los familiares tenían casi cuatro días esperando por la entrega de los cuerpos en la morgue de Bello Monte. 

“Me desesperé y dije que no era justo, así que decidí aventurarme con una bolsa de comida, agua potable y me fui con la hija del general Baduel, Margareth, en horas de la noche para la morgue de Bello Monte. Logramos ingresar y una vez adentro llegó el viceministro de Interior y Justicia con una fiscal. Cuando iban a comenzar a hablar, voltearon y nos reconocieron. El viceministro se molestó y dijo: ‘¿Qué hace la hija del general Baduel aquí y la esposa del tipo que se robó las armas?’ Nos mandaron a retener, nos quitaron la identificación, nos tuvieron allí bajo custodia, no podíamos ir al baño sin que al menos cinco femeninas estuvieran detrás de nosotras”, cuenta. 

Pasaron dos horas y los funcionarios dejaron ir a Margareth Baduel. A Irene la subieron a un vehículo. “La orden fue que se llevaran a la esposa de Caguaripano”, dice. Dos funcionarios vestidos de civiles y con armas largas en los asientos de atrás le colocaron una capucha de tela negra. Mientras tanto, el piloto y copiloto la registraron completamente.

“Me revisaron los bolsillos, me quitaron el reloj, las pulseras, estaban buscando mi celular y yo no tenía en ese momento porque estaba dañado. Me empezaron a interrogar y a amenazar y fueron momentos que quizás no valgan la pena recordar porque no he sido la única que ha pasado por algo así. Al pasar el rato yo lo único que veía era el reflejo de las luces de los vehículos que venían de frente y aun así uno siente que le falta el aire. Te sientes tan mínimo, que tu vida no vale nada, sino lo que ellos decidan hacer. Me dieron unos golpes y yo solo estaba confiando en Dios, no entendía por qué estaba allí, lo único que decían es que tenía una irregularidad con mi cédula. Me soltaron en la mitad de la autopista, me dejaron botada casi a las 12:30 am y arrancaron echando tiros, no sé si para asustarme o para darme alguno. Solo un funcionario me dijo: ‘Tome señora’ y me dio la cédula, me bajaron y ya”, describe al insistir que si la intención era intimidarla, no lo lograron. 

El tiempo como mayor miedo 

Al preguntarle a Irene sobre su mayor temor, comienza a pensar en varios de ellos hasta que decide hablar sobre uno en particular: El tiempo. Lo que más teme es que el reloj siga andando y no haya justicia.

“Siento que el tiempo sigue corriendo y siguen habiendo muchos presos políticos que sufren todo lo que la tiranía es capaz de hacer. No se imaginan el sufrimiento que pueda haber bajo estas condiciones”. 

A Irene también le preocupa que a su hija se le niegue el derecho de crecer junto a su padre. Intenta bloquear a toda costa estos pensamientos negativos pero es inevitable que no sigan apareciendo.

“Y es que no lo digo por el hecho de que él esté en La Tumba del Sebin, sino que temo a que él no salga vivo de dónde está”, indica. Y es que a la esposa del capitán Caguaripano lo más fuerte que le ha tocado escuchar es sobre las torturas aplicadas al militar encarcelado. 

“Para mi fue un shock que me mantuvo durante una hora sin poder reaccionar, llorando y tratando de entender como un ser humano es capaz de hacerle eso a otro, como se es capaz de llegar a ese extremo”.

La nueva Irene

Olazo, que se dedicó como fisioterapeuta en el Hospital Clínico Universitario por más de 10 años, se vio forzada a iniciar una nueva vida en un país diferente. 

“Ahora me dedico a sobrevivir, a que a mi hija no le falte nada, a ver como soy el sustento de mi hija, de mi techo, de las necesidades que surgen. Me ha tocado hacer de todo, me tocó salir de Venezuela el año pasado, tuve que huir después de mi secuestro, tuve que salir por la seguridad de mi hija. No sé ni por qué me dejaron viva pero siento que fue la oportunidad que me dio Dios y tuve que salir. Tuve que dejar a Juan Carlos en esa circunstancia, abandonar a mi familia, no les di ni tiempo de despedirse de mi hija, simplemente me fui y una vez que estaba en un lugar seguro, avise, estar afuera como migrante con un niño no es fácil. He tratado de ejercer mi profesión pero tienes que estar colegiado, tener todo en regla. Lo estoy intentando, mientras trabajo en la recepción de una clínica, hice un curso de estética canina, me he puesto a cuidar a niños, a pasear perritos”, cuenta.

También está decidida a sanar, a dejar las heridas atrás. No se arrepiente de nada de lo que ha hecho o ha dicho hasta ahora pese a que ello le ha causado diferencias familiares. Espera poder seguir alzando la voz por los más necesitados, por una Venezuela libre, aunque ello le quite horas de sueño. Se niega a vivir con resentimiento, no desea que su hija vea resentimiento en ella. 

“Tengo que estar espiritualmente bien para poder darle a mi vida una mejor condición de vida. Mi hija antes de cumplir los 2 años teníamos la leve sospecha de que pudiese presentar algún tipo de autismo. Un día dije que había que llevarla como la película ‘La Vida es Bella’. Me olvidé de la seguridad, de que si me perseguían y luego a los meses, el pediatra me dijo que era otra niña. Quedó a un lado el diagnóstico inicial”.

Irene asegura que ha dado el todo por el todo pero entiende que aún falta mucho más. En la calle la han reconocido por su fortaleza. Se la atribuye a la situación que atraviesa. Sabe que no es la única que sufre como familiar de un preso político y se ve como una venezolana más que padece. 

“Hasta que yo no vea a mi país libre y se abra la cárcel del último preso político, no dejaré de luchar”.