Nadie duda del coraje de los diputados a la Asamblea Nacional que fueron a las fronteras con Colombia y Brasil, diligenciando la ayuda humanitaria. De un modo u otro, las redes sociales abundan todavía sobre los detalles de una travesía insólita. No obstante, tienen pendiente completar la tarea aquí y ahora, no para allá ni mañana.
Lo decimos porque esperábamos más de la última sesión ordinaria, donde desfilaron más de diez oradores con un único punto del Orden el Día. Cierto, era inevitable que los afortunados discursantes, por el sólo hecho de hablar y de haber sobrevivido al duro periplo, hablasen de los detalles de su osada incursión en un país bajo total secuestro, pero – ya vimos – no coordinaron el relato y cada vocero – suponemos – de las fracciones políticas echó su cuento, con muy escasas variaciones.
Un analista del discurso político, saldría desencantado, por decir lo menos. Bastaba con varias referencias para hincarle el diente a la cuestión e fondo, pero dominó la palabra auto-laudatoria, el testimonio frecuentemente narcisista, el heroísmo a todo trance, con orfandad del análisis y de la propuesta política, como es de suponer tan natural en un foro parlamentario.
La Fracción 16 de Julio, lo decimos sin ambages, rompió el esquema y el diputado González se empinó sobre un proyecto de acuerdo que cumple con las exigencias del ya célebre ordinal 11 del artículo 187 de la Constitución. Los otros oradores, nada dijeron; se creyeron en el deber insoportable de repetir la fórmula, versionando cada periplo; el diputado amazonense dijo muy poco, procurando sintonizar con las consignas; y, en fin, se hizo tediosa la jornada.
Es verdad, nadie aprende en cabeza ajena, aunque hay ya acumulada una amarga experiencia personal y política que obliga al parlamentario a aguzar sus sentidos, uno de ellos el de interpretación. Muy bien, les cayeron a piña, los amedrentaron y secuestraron, le dispararon y todo lo demás, pero de la jornada discursiva sólo quedó una propuesta política real y concreta que ojalá retomen.