Es humano equivocarse, inteligente y sabio corregir, por Armando Martini

Es humano equivocarse, inteligente y sabio corregir, por Armando Martini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

Surgen en la memoria tantos nombres importantes, destacados, notables, que se equivocaron con Hugo Chávez y sus planteamientos iniciales, nunca entendieron con certeza de dónde venía y mucho menos hacia dónde quería realmente ir. Se cae en la tentación de indignarse, que es tan error como equivocarse.

Los venezolanos, tanto las grandes mayorías como minorías económicas y sociales, fuimos siempre ingenuos en política. Nos dejamos mal acostumbrar por un vago concepto de Gobierno encargado de todo, promesas, discursos de candidatos y partidos que aplicarían justicia social, protegerían al pueblo, -al menos favorido y más necesitado-, compromisos ambiguos que se interpretan en cada cabeza según lo que cada cuerpo necesite. La distribución justa y social -y socialista, es un apartamento propio, para otro una promoción y mejor salario, alguien pensará en carro nuevo, habrá quien sueñe doctorados rentables para los hijos, y para algún reconcomiado será que la mujer gruñona lo deje viudo.

En aquellos tiempos los venezolanos no percibieron en Chávez al militar golpista, conspirador, en busca del poder, sino al venezolano de raza mezclada que pensaban se les parecía, no venía de universidades ni urbanizaciones distinguidas, sino de las extrañas del pueblo, tenía cabello achaparrado y ensortijado como muchos, andaba del brazo con una bella rubia, propio representante de sueños fantasiosos, los mismos que veían la carrera militar como un ascenso social y seguridad de una vida planificada y tranquila. No les faltaba razón, la mayoría de los cadetes provienen de la clase media baja, solo se requiere bachillerato para poder aspirar; sargentos técnicos y guardias nacionales también tenían esas seguridades.





Ciertamente, en aquella Venezuela del último cuarto del siglo XX la decadencia en los principios éticos era evidente, el gran fracaso de Carlos Andrés Pérez en su primera presidencia no fue perder las elecciones sino la solidez moral tradicional del país. La decepción de Luis Herrera Campins fue no recuperarla a pesar de su firme, honesto catolicismo y formación lasallista. El desengaño y frustración de los grupos dirigentes e intelectuales de esos tiempos fue hablar y criticar mucho, siempre densos y resplandecientes en televisión, maestros del micrófono y uso de la palabra, pero no haberse fajado, con verdad y convicción, a rescatar la tradición venezolana de respeto, sobriedad y trabajo honrado.

Y la mayor acción que no sigue lo que es correcto, acertado y verdadero, un traspié que sería de consecuencias impredecibles, el error y equivocación más nefasta de todos fue el mismo Hugo Chávez. Lo vieron como un simple golpista derrotado, después lo interpretaron como un tosco popular que se acogería a ellos para poder gobernar. Casi todos los grandes dueños de medios de comunicación, trataron de envolver a aquél llanero de verbo fácil y liquiliqui y él, entre humoradas y afirmaciones que no tomaron en cuenta, se dejó abrazar. No por ingenuo, sino por astuto. Primero Venevisión, y seguidamente la avalancha, entendieron que adecos y copeyanos iban de capa caída por sus cegueras, egoísmos, y sentaron bases abiertas para el vencido comandante.

Los grandes partidos, rechazados por el militar en ascenso, les pusieron candados a sus candidatos -desafortunadas y malas selecciones- y se lanzaron en tropel a apoyar a Henrique Salas Römer, percibido como centro derechista que cabalgaba a contramano de la historia, y en la confusión ninguno pudo saber, cuál era su verdadera fuerza electoral hasta que no hubo más remedio y sí la demostración de que, sumados, ya no eran ni de lejos mayoría.

La decisión popular se inclinó por el romanticismo, soñaron con Maisanta y la vieja y errónea teoría de que los militares siempre rígidos, bien lavados y planchados, lo harían mejor y habría “justicia social” para todos. Más pronto que tarde empresarios y notables empezarían a entender por dónde venía el futuro, poco a poco también la izquierda automáticamente fidelista, más lentamente la clase media, siempre criticona pero abúlica, corredora de arrugas, experta en el cómo vaya viniendo vamos viendo, y sólo ahora, cuando los errores del chavismo puesto en las manos de Maduro han devastado la economía, cuando el juego incompetente con la moneda y la torpe aplicación de controles sin control han hecho de la escasez, el hambre y las enfermedades una realidad diaria, las grandes mayorías populares empiezan a reclamar en alta voz. Todas las misiones y bonos no bastan para llenar estómagos y curar saludes deterioradas.

Es adivinar qué estaría pasando ahora si Chávez no se hubiera muerto. ¿Seguiría siendo el mismo caudillo popular? No somos sociólogos expertos ni analistas de la psicología del populacho. Sólo podemos comprobar que Maduro lo está haciendo lo peor posible, continúa sin contemplación prometiendo fantasías mientras el país se le disuelve entre las manos, nombrando funcionarios por lealtad y no por experiencia o capacidad de soluciones.

Y, para más angustia, no lo está haciendo por limitado, sino porque tiene un castro programa en la testa y lo aplica implacable. Como aquellos a finales del siglo XX, dirigentes partidistas que juegan a la oposición según vayan creyendo que les conviene en este primer cuarto del siglo XXI, Maduro sólo ve lo que quiere ver, los lentes y audífonos para escuchar al país en el cual se está hundiendo, los olvido en La Habana donde, aunque él no se dé cuenta, están intentando cambios.

Lentos, muy apagados, pero en marcha. Díaz-Canel tal vez no lo sepa, no lo sabemos, pero él mismo, aunque atado de manos, es un cambio, es el amanecer del postcastrismo.

Esta vez, pareciera que los Estados Unidos no están cometiendo los errores de antaño, analizan mejor y no quieren seguirse equivocando.

 

@ArmandoMartini