Alfredo Maldonado: Crónicas para malagradecidos

Alfredo Maldonado: Crónicas para malagradecidos

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Que a estas alturas haya individuos de la oposición que sigan empeñados en hablar mal del régimen que inició Hugo Chávez y está descuajaringando Nicolás Maduro, sólo significa que no entienden nada, son soberbios y tercos, son apóstoles de la ingratitud. Cuando a usted alguien le diga, echándoselas de pensador profundo, que todo esto es una estrategia política, créale, es una estrategia y todo ha sido diseñado, probado y comprobado en la isla rodeada del mar de la felicidad, ahora tan cercana que la tenemos dentro.

No crean en los chinos, ésos sólo quieren petróleo, telefonía, minas y vendernos autobuses; ni en rusos, que no sabe uno nunca qué quieren de verdad, aparte del petróleo y de molestar a Donald Trump. Los verdaderos camaradas, asesores y guías son los cubanos que bajo la sabia orientación de Fidel Castro y la acertada dirección de su hermano Raúl, lideran por ahora la rebelión mundial contra el pérfido capitalismo burgués y derechista. Y están hundiéndose con ella.





No se trata, no se confunda usted, de una perversa estrategia política. Es realmente un detallado programa de transformación de un pueblo que llevaba a cuestas demasiados años de mala educación y desinformación. Lo que pasa es que no todo puede hacerse al mismo tiempo, reeducar a una nación completa recargada de errores y malas interpretaciones, no es tarea sencilla ni rápida, hay que caminarla paso a paso. Pero los resultados, en apenas 19 años –que son apenas un chispazo en la historia- empiezan a verse.

Hagamos autoconfesión.

¿Recuerda usted aquél pueblo irresponsable, que todo lo arreglaba con algún mal chiste o inventaba explicaciones tan necias e irreverentes como “ta’barato, dame dos”? Así derrochábamos un dinero –dólares, para ser más exactos- que era necesario para obras en beneficio de todos y que con tanto esfuerzo, delicadeza y pulcritud está manejando este Gobierno, y con tanta flojedad de mano mal administraron los políticos que la revolución dejó atrás. Que uno que otro autocalificado “revolucionario” y “chavista” se haya convertido en delincuente no cambia al auténtico espíritu de justicia social, en la carga de un árbol esplendoroso siempre sale alguna manzana podrida.

Antes, por ejemplo, seguro que usted comía azúcar con todo, le echaba dos y hasta tres bolsitas de azúcar al café mañanero, dejando así de lado el muy particular sabor de un buen café venezolano con leche pasteurizada. Pero, además, los venezolanos engordábamos y nos arruinábamos la salud con el exceso de azúcar –no sólo en el café matutino, sino en refrescos que no son más que agua químicamente saborizada y montones de azúcar, en tortas, pastelitos –hasta caraotas con azúcar comían los caraqueños de tradición- ignorando el daño tremendo del azúcar en nuestra salud.

Eso se acabó, el gobierno revolucionario ha restringido al máximo el consumo de azúcar que ya ni siquiera se consigue, y si la encuentra está tan cara que sólo puede comprar un poquito al granel. Y entonces, en vez de despilfarrarla, la usamos con extrema discreción, ¿no le parece que es una táctica adecuada para enseñarnos a ser ahorrativos y mejorar la salud de los venezolanos?

Antes, por ejemplo, uno comía arroz con todo, y sólo compraba los paquetes que afirmaban tener sólo granos enteros. ¿Qué diferencia alimenticia tenía ese arroz de lujo con el que comen ahora todos, el picado que antes era sólo para los animales? Ninguna, seamos sinceros, arroz es arroz en grano completo y bonito o partidito y feo.

O el café que usted y yo hacíamos en casa, otro ejemplo, si quedaba un poco en la taza, y habitualmente quedaba, se tiraba y se lavaba la taza –con agua, si hay, no se puede derrochar jabón. Ahora los venezolanos guardamos esos poquitos, ¿ha sacado la cuenta de cuánto ahorramos de ese café que tanto nos cuesta conseguir –en caso de que nos alcancen los pocos y poco poderosos bolívares que tengamos? De poquito en poquito usted tiene una taza grande adicional, o mas, piénselo bien.

O lo de la carne, ejemplo importante. ¿Cuánto se gastaban usted y sus amigos en grandes platos de carne –especialmente punta trasera y lomito- en restaurantes todas las semanas? ¿Y cuánto en la carnicería de sus cercanías para llevar a la casa? Y todo eso, camarada lector, a pesar de tantas advertencias sobre los peligros de la carne, que si el ácido úrico, que si es pesada de digerir, que si afecta la circulación, tantas señales de médicos y entendidos sobre los daños que causa la carne y los ingenuos y sordos venezolanos dale que te pego comiendo carne de todo tipo, a riesgo de acideces estomacales, infartos y dolores en las articulaciones.

Bueno, pues reconózcame usted que esos altos riesgos se han terminado, ya los venezolanos compramos y comemos muy poca o ninguna carne, somos más sanos en el comer, hacemos nuestra cola en las ferias del pescado o compramos los pollos y los huevos de los gallineros verticales que tan sabiamente inventó el comandante supremo y siempre vivo Hugo Chávez, que ahora nos observa, satisfecho de su obra y en compañía del santo Comandante Fidel desde su propio cielo de nubes rojas –por cierto, ¿cuándo fue la última vez que usted compró y comió Diablitos?

¿Se ha dado usted cuenta de que los habitantes de las ciudades venezolanas ahora disfrutamos de aires más puros? Tenga usted la honestidad de reconocer que antes nuestras calles estaban atiborradas de carros, autobuses, camiones y las siempre abusadoras autobusetas por puestos, ¡lo que respirábamos era gasolina, compatriota, gases venenosos de gasolina!

Ahora no, los autos son dejados en casa o abandonados en las calles –es la parte fea, pero nadie es perfecto- por falta de repuestos, porque el Gobierno no tiene por qué gastar divisas necesarias para la salud, la educación y la vivienda popular, por ejemplo, en vehículos que sólo contaminan el ambiente y en consecuencia nos enferman. Ahora los venezolanos caminamos más, que es el mejor ejercicio para jóvenes y viejos, deporte sano al alcance de todos, y cuando nos cansamos podemos bajar al metro o subir a flamantes autobuses chinos. Y si no siempre funcionan, es por eso, porque el Gobierno revolucionario se ocupa de nuestra buena salud, mens sana in obvolutio sana, ¿quién necesita hospitales recargados de médicos burócratas y enfermeras respondonas y sin medicamentos con precios inflados por laboratorios especuladores si el pueblo está sano, delgado y ágil?

Traten de sacar la cuenta de cuánto dinero derrochaban antes los venezolanos que creían que la felicidad era irse a Miami, Nueva York o Aruba, o hasta a Europa. Saquen la cuenta de cuántos dólares ahorra nuestro régimen socialista ahora que los venezolanos han comprobado que la verdadera felicidad está en casa, y que sólo se van, y por tierra, como debe ser, los poquitos que no están entendiendo los auténticos valores revolucionarios y se van a buscar sabrá Dios qué en países que todavía no disfrutan los nobles beneficios de la mentalidad y la estrategia revolucionarias y socialistas. Y fíjense que no se van a Cuba, quizás porque los cubanos y su Gobierno popular no quieran recibirlos para no contaminarse de burguesía protoimperialista, que vean colombianos, brasileños, peruanos, chilenos, argentinos y españoles qué hacen con ellos, aparte de darles empleos para explotar los médicos, ingenieros, enfermeros y enfermeras, ejecutivos experimentados y otros egoistas productos contaminados de la derecha explotadora del pueblo.

Ya basta de terquedad e ingratitud, reconozcámosle al chavismo y al madurismo que, al menos, nos han enseñado los honrosos valores de la sobriedad y el recato consumista. Porque lo que también hay que reconocer es que la ingratitud es humana, que la gente se ha habituado a ser dignamente tratada, y ahora empieza a dejarse tentar nuevamente por los viejos pecados y vicios que siguen allí, enterrados en la profundidad humana de la concupiscencia, la gula y el egoísmo, se han cansado de la digna sobriedad y quieren lanzarse nuevamente, epulones potenciales, al precipicio de la tentadora buena vida, y empiezan a rumiar lanzazos contra los pechos revolucionarios para regresar a la vergonzosa vida de los pecados capitalistas.

Dura y rodeada de ingratitud es la vida de los revolucionarios, que mueren solos entre sus lecciones rechazadas.