Alfredo Maldonado: To Trump or not to Trump

Alfredo Maldonado: To Trump or not to Trump

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Resulta que ahora sí nos gusta Donald Trump. Bastaron una foto y un mensaje twitter para nos brillaran los ojos y empezáramos a ver a Donald Trump de una manera diferente. Ya no es el ogro antihispano, antiinmigrantes, posible riesgo para los montones de venezolanos en Florida. Ahora es una nueva esperanza.

No me cabe duda de que la foto de la esposa de Leopoldo López entre el Presidente y el Vicepresidente de Estados Unidos, y al lado el popular senador republicano y de correcto español Marco Rubio, y el mensaje personal de Trump por twitter casi de inmediato, conforman un mensaje claro y más poderoso que las sanciones contra el Vicepresidente de Venezuela.





Las sanciones son una medida interna de Estados Unidos -impactante en su política exterior, pero interna y referida a delitos investigados dentro del territorio estadounidense- mientras que la foto en la Casa Blanca con el Poder Ejecutivo y el Senado estadounidenses, y la exigencia por escrito del propio Donald Trump de liberar a Leopoldo López, constituyen una toma de posición oficial del Gobierno de Estados Unidos.

Eso no significa, sin embargo, que venga la poderosa Flota del Caribe ni que los marines desembarquen, ni que los bombarderos Stealth bombardeen Fuerte Tiuna ni Miraflores, ni que la CIA -a pesar de lo que algunos camaradas a ultranza sigan anunciando- vaya a llenar Venezuela de agentes operativos y asesinos entrenados.

Mucho menos significa que los venezolanos podamos seguir sentados y aguantando colas en espera de que alguien venga a liberarnos, ni a los ciudadanos hartos ni a Leopoldo López. El trabajo sigue siendo nuestro, los demás países y la OEA y diversos Senados pueden declarar y protestar todo lo que quieran, pero la decisión es de los que vivimos aquí.

Diferente y curiosa ha sido la actitud del Presidente Maduro, quien cuando Donald Trump había dicho apenas algunas vaguedades simbólicas sobre Venezuela, lo llamó bandido y ladrón, pero no mucho tiempo después cambió de táctica -no sé si por Tintori en la Casa Blanca o por las sanciones a su hombre de confianza real o presunta- y dejó firme y repetitivamente claro que no quiere problemas con el atropellador estadounidense y hasta que quería una foto de ambos, el venezolano en liquiliqui.

Da la impresión de que el Presidente de Venezuela, que también ha realizado virajes bruscos con el Presidente de Gobierno de España, no está claro tampoco en cómo tratar al dueño de Mar-a-Lago ni qué esperar de él (en esto último hay que reconocer que coincidiría con unos cuantos jefes de estado). Tampoco estaría muy seguro en lo que se refiere a España, quizás le cueste comprender cómo el Gobierno de centroderecha dirigido desde la Moncloa sea tan político y cuidadoso con lo que en Caracas se hace, mientras los medios de comunicación españoles, incluyendo algún programa de la cadena estatal de televisión, sean tan duros críticos y hasta se burlen del propio Presidente Maduro y sus decisiones y anuncios.

Lo que sí está claro en Venezuela es que tanto la oposición como el partidismo oficialista están bastante divididos entre sí, pero más allá de lo que ambos grupos decidan, los ciudadanos de a pie, los de las colas interminables, los que sienten cómo los bolívares se les convierten en arena, los atracados, los que llevan 17 años esperando promesas que no son más que mentiras y delirios, no podemos darnos el lujo de dividirnos ni de seguir esperando la tan mencionada ayuda internacional.

Porque no va a venir, no hay playas de desembarco, campos para paracaidistas ni comisiones de peso más allá de los mensajes y declaraciones habituales. Lo que suceda en el país será lo que los venezolanos de barrios y parroquias queramos que pase, lo que decidamos que pase. Tenemos la oposición por la cual hemos votado y a la que hemos escuchado y seguido. Y también tenemos el Gobierno por el cual votamos y al cual escuchamos, y que hoy Maduro y sus camaradas se las hayan ingeniado para perder la gran mayoría del apoyo y la fe que los llevó al poder, no significa que hayan llegado allí sin respaldo mayoritario.

Un Chávez moribundo nos dijo que debíamos elegir a Nicolás Maduro para sucederlo, y lo elegimos. Un Henrique Capriles nervioso o presionado o asustado -no sabemos qué pasó por su cabeza esa mañana- nos dijo que todo estaba bien y que nos fuéramos a casa, y nos fuimos. Maduro es Presidente, nos guste o no, y Capriles no lo es, nos guste o no.

Llevamos casi 20 años en eso, para no contar años anteriores de quienes tenemos más edad y más elecciones a cuestas. Siguiendo consignas bonitas, apasionándonos por figuras como si fueran equipos de béisbol, pura emoción, nada de razón. Votamos, pero no pensamos. Protestamos, nos molestamos, nos desilusionamo, pero nada hacemos, nos sentamos a esperar al nuevo Mesías que vendrá a resolvernos los problemas que no somos capaces de decidirnos a resolver nosotros mismos.

Donald Trump se manifiesta igual que otros han hecho antes, la diferencia es una foto -y no lo digo de manera despectiva-, pero en verdad ha dicho cosas menos duras que Mauricio Macri y Pedro Pablo Kuczinski o el Canciller de Paraguay, por ejemplo. Quienes se oponen a Maduro y al desastre socialista, están agradecidos, pero ellos están en lo suyo, en sus prioridades en Buenos Aires, en Lima y en Mercosur, Rajoy en Madrid, Trump en Washington, Loizaga en Asunción.

Nosotros estamos aquí.