El desacuerdo de la orfandad, por Robert Gilles Redondo

El desacuerdo de la orfandad, por Robert Gilles Redondo

thumbnailRobertGillesRodondoVenezuela es un país huérfano. La dirigencia política ha quedado desconectada de la realidad aunque esté muy consciente, no más que todo el país, de la tragedia y de la necesidad histórica de desalojar a la secta de delincuentes que usurpa el poder y mantiene secuestrado el futuro nacional. Ortega y Gasset, el brillante prosista español decía que «tal vez no haya cosa que califique más certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como el estado de las relaciones entre la masa y la minoría directora».

Pareciera que la historia se repite. La desconexión de esa minoría directora, cuya existencia es fundamental, con la sociedad, fue la detonante de esta tragedia que empezó en los luctuosos golpes militares de 1992. Aquella realidad no es ajena a la de hoy. La desidentificación de la dirigencia con el pueblo es tan abrumadora que en este momento el país se encuentra totalmente desorientado, cargado de una triste y muy dolorosa desesperanza que es el resultado de dos escenarios muy evidentes: una dictadura omnipotente capaz de sofocar cualquier insurgencia libertaria y una oposición desarticulada por sus propios errores.

La coalición electoral de la Mesa de la Unidad Democrática ha naufragado quizá por haberse desviado de su propósito original: unificar a los partidos opositores en una sola fuerza. Y asumió un rol muy complejo y difícil de digerir, ser la cabeza de una lucha en la que no podía privar la ley del más fuerte sino del más honesto moral y políticamente. Además de haberse convencido que los resultados plebiscitarios del 6 de diciembre de 2015 eran un cheque en blanco con capacidad para maniobrar de forma indeterminada hasta la salida de Maduro. Pero no contaban con la astucia de este régimen que fue capaz de sobrevivir a la presión popular de 2016, el año de los lapsos no cumplidos, de las marchas frustradas, de la insólita política del “doblarse para no quebrarse” y del funesto diálogo que se auspició desde El Vaticano.





Y precisamente fue el proceso de diálogo el factor fundamental para la desmovilización. No se habían aprendido las lecciones del pasado y se creyó que sentarse en una mesa tendría algún resultado. Ni con el Papa en el medio esta clase de delincuentes son capaces de ser honestos, menos cuando el mediador tiene abiertas inclinaciones. Peor aún, se confió ciegamente en la salida electoral pese a que difícilmente el chavismo volverá a medirse en una elección y esto es fácil vaticinarlo. Por ejemplo, las elecciones regionales ya no serán en el primer semestre de este año y luego las excusas nos llevarán indefectiblemente hasta el 2018 y así sucesivamente. Frente a ello es difícil actuar porque la desmovilización popular no será derrotada con una dirigencia política acéfala, desorientada e incapaz de asumir sus propios errores, so pretexto del prejuicio tan absurdo de que las criticas anti MUD son pro gobierno, cuando en realidad son las acciones MUD las que han permitido la continuidad de Maduro en el poder.

La tacha de inviable a todas las propuestas que no salen del seno de la MUD es una agravante por demás peligrosa. Esto no demuestra la infalibilidad de la coalición opositora sino sospechosos intereses que ponen en duda la honestidad de intenciones.

Entonces, si en Venezuela no hay salida electoral, porque realmente no la hay, y aquí ya no vale aquello del “tiempo de Dios es perfecto” ni los resultados del 6 de diciembre de 2015 como pretexto, ni la presión documental al CNE, institución que se ha propuesto la ilegalización de los partidos políticos en el corto plazo. Si tampoco hay una salida constitucional por la guillotina inmoral del TSJ y su aberrada Sala Constitucional que decidió convertir sus interpretaciones en nueva Constitución. Y si ni siquiera tenemos la opción real de una intervención militar que facilite el establecimiento de una Junta de Transición para la realización inmediata de unas elecciones generales, tenemos que convencernos que la salida es un gran movimiento de calle, pacífico y muy bien articulado que haga presión hasta que se eche a la dictadura. Ah, pero la calle y las palabras “desobediencia” o “resistencia” son mitos para unos, inviables para otros, e inexplicablemente, absurdas para otros tantos. Tan absurdas como pensar y exigirle a las fuerzas vivas del país la conformación de un gran movimiento que sin más cortapisas exija en la calle el fin de la dictadura. Eso es absurdo no porque la violencia podría despertarse, la violencia tiene rato despierta. Es absurdo, sinceramente, porque esos movimientos engendran nuevos líderes y nuevas esperanzas, distantes muy distantes de quienes tienen sus cuotas de poder en este momento, a modo de cohabitación.

Pero los peligros están a la orden del día, indiferentes a lo que se piense, se diga o se haga en cualquier sector responsable del país. El hambre sigue conduciéndonos al abismo impronunciable, la violencia está saturando a nuestra tierra, cansada de ser el abrigo de los muertos por la inseguridad y la sinrazón, la partida de tantos miles de venezolanos que decidieron irse porque aquí ya no es viable continuar y la anomia social patrocinada magistralmente por el Estado fallido y forajido, nos aseguran que lo peor está por venir. No hay que disfrazarse de profeta del desastre para advertirlo, basta ver objetivamente la realidad. Y en medio de todo está también el peligro de cualquiera pueda asomarse en la foto final, dar “caída y mesa limpia” sabiendo que tendrá de forma automática el respaldo popular.

Reaccionar. Tener valor cívico de ponernos de pie para decir que ¡ya basta! es la única opción real que tenemos. Y aunque el miedo es libre no podemos seguir vacilando en las decisiones que nos esperan en la acera del frente. Una nueva coalición, un movimiento definitivo de la calle y el amor por el país desbordado derrotaran la sentencia orteguiana de que no hay hombres porque no hay masas.

En Venezuela estamos los venezolanos, eso siempre ha bastado para resolver con unidad de criterio y acción todos nuestros problemas. Convencernos una vez más de lo que somos y hemos sido nos hará libres. Abajo la dictadura.

Robert Gilles Redondo