Obituario político para Fidel Castro por @chatoguedez

Obituario político para Fidel Castro por @chatoguedez

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Que en el siglo veintiuno un dictador muera a los noventa años aferrado al poder, dejando de heredero a su propio hermano después de más de medio siglo gobernando, es tan grotesco que debería generar repudio de toda la sociedad democrática mundial. Mucho más si ese dictador es responsable de fusilamientos políticos, exilios forzados, instlación de misiles nucleares, persecución sexual y tantos otros crímenes de lesa humanidad. Es uno de los últimos de su especie integrada por personajes de la talla de  Stalin, Franco, Hitler y Pinochet, solo que algunos insisten en diferenciar a los facistas por supuestos perfiles ideológicos para justificar solo a los comunista.

La muerte de Fidel Castro no tuvo la trascendencia que se hubiera sospechado, quizá por el hecho de que su hermano Raúl ya lo había enterrado en vida con su coqueteo con el imperio. Pero si de algo debe servirnos el fallecimiento del longevo dictador es para la reflexión sobre la democracia como principio y derecho universal de los pueblos. Todo pensamiento único impuesto por la fuerza que excluya a quienes disientan y divida a la sociedad es una atrocidad, se vista del color que se vista. La pluralidad es el principio básico de la institucionalidad democrática y su antónimo es el totalirismo. ¿Es el imperialismo estadounidense peor que el imperialismo sovietico? ¿Las oligarquías burguesas son peores que las cúpulas políticos-militares de los partidos comunistas que controlan todo el poder? ¿Los derechos de la sexodiversidad importan en Estados Unidos pero no son exigibles en Cuba? ¿Los muertos de Pinochet son victimas pero los fusilados por Fidel son traidores? Debemos aprovechar para enterrar, junto al cadaver de este dictador caribeño, el discurso de la guerra fría que divide al mundo en capitalismo y comunismo, para comenzar a medir los gobiernos en términos de autoritarismo y democracia. Si algo nos ha demostrado la historia es que ninguna jerarquía social ha acumulado tanto poder y abusado de él, como las cúpulas que se generan en las dictaduras de derecha y de izquierda, indistintamente.





En la Unión Soviética hubo un proceso de desestalinización casi inmediato a la muerte del dictador, en Alemania enterraron el nazismo de forma automática, en España y Chile nadie nombra ya a Franco y a Pinochet, respectivamente. Todos estos países a su manera particular e imperfecta en algunos casos, comenzaron una transición a la democracia a partir del consenso social que vivían previamente en una dictadura, más allá de las simpatías y rechazos en cuanto al caudillo fallecido. Pero en el caso de Fidel hay todavía un alumbramiento que impide el consenso en cuanto a la caracterización de su mando. Llamarlo dictador es aún polémico gracias a la alcahueteria de una élite mundial que bajo el manto de una falsa izquierda insisten en indultarlo de todos sus crímenes. Nada que Carlos Rangel no haya diagnosticado hace décadas con su tesis del “buen revolucionario”, la cual describe el complejo colectivo que nos ha dejado la civilización humana y que a algunos les hace idealizar (a lo lejos) un experimento de igualdad primitiva en una isla del nuevo mundo corrompido por los europeos, como la mítica isla Calavera o Sorna, en este caso, Cuba.

Fidel deja al mando a su hermano con la tarea de emprender una transición pero manteniéndolo en el altar de la izquierda latinoamericana, con súbditos en todo el continente, algunos de los cuales gobiernan en sus países como es el caso de Venezuela. Deja también a un pueblo detenido en el tiempo, rezagado y adormecido. ¿Acaso a alguien le importa ese pueblo, o ellos no merecen vivir en democracia? El debate sobre Fidel Castro es ineludible y necesario, porque hasta que no lo superemos, no entraremos en el siglo veintiuno.

Discutamos abiertamente sobre el militarismo, sobre la alternancia, sobre los derechos humanos, sobre la libertad de expresión, sobre la estatización de la economía, sobre los derechos de las minorías, sobre el derecho a cambiar de las mayorías, sobre los derechos civiles, sobre la seguridad jurídica, en fin, sobre la democracia. Entendamos que la izquierda es un paralelo de la derecha que tienden a parecerse en la medida que más se alejan. Solo el centro, que es en fin la democracia misma, polariza por igual con ambos extremos ideológicos, y puede procurar responsablemente la solución de los problemas reales de la gente liberado de dogmas ineficaces que terminan convirtiéndose siempre en excusas. No hay dictadura buena, no hay militarismo de izquierda, no hay sustituto de la libertad, no hay patria sin convivencia. Lo único revolucionario en estos tiempos es profundizar la democracia.

JOSÉ IGNACIO GUEDEZ

Secretario General de La Causa R

Twitter: @chatoguedez