Alexander Guerrero E.: Venezuela: un caso de africanización en América Latina

Alexander Guerrero E.: Venezuela: un caso de africanización en América Latina

thumbnailalexanderguerreroVenezuela hoy es un país dislocado y “africanizado”, de instituciones derruídas, con una economía destruída bajo las reglas de un régimen socio-económico que destruyeron la estructura de la propiedad privada que alcanzaba las tres cuartas partes de la economía nacional, con un Estado/Gobierno que, por medio de expropiaciones, nacionalizaciones, procesos conducidos con la violencia de las armas del Estado, minaron las bases de todo progreso económico y social, de las libertades económicas, bajo una economía política diseñada a estatizar la actividad económica privada.

El régimen de intervención y apropiación por parte del Estado de la actividad económica privada suprimió de inmediato los mecanismos naturales distributivos, mercados y precios, fenómenos que en conjunto con un juego de políticas económicas de intervención directa en la actividad productiva, manipulando los precios relativos, fueron trasfiriendo, activos reales privados al Estado, al mismo tiempo que se promovía un intenso proceso de descapitalización del capital privado que llevo decenas de miles de empresas a la ruina, la migración de cientos de empresas de corte multinacional y nacional y así desarmar un capital construido con la presencia orgánica del capital multinacional y nacional que operaba en modelos de integración intra e inter-industrial hoy desaparecidos.

Así se observa que la descapitalización alcanza al sector de hidrocarburos -estatal y privado- que componía el 23% del PIB, al complejo de Guayana de acero, aluminio etc., empresas bajo propiedad mixta -estado y privados nacionales e internacionales- que continuaría su privatización afectó letalmente el vasto conglomerado de empresas metalmecánicas integradas inter e intra-industrial con la industria automotriz, para nombrar un dinámico sector, que producía más de 400 mil unidades anuales de vehículos -de dos o más ejes- a una sector hoy arruinado y que recrea fácilmente, el fenómeno destructivo a lo largo y ancho de la industria nacional. Otros sectores, industria química, laboratorios, textiles, confección y el agroalimentario que producía el 65% del consumo nacional de alimentos, en general, todo un sector industrial que alcanzaba el 23% del PIB nacional para 1995, he querido ilustrar el proceso de descapitalización en algunos sectores para sólo graficar como se acabó con uno de los sectores más dinámicos de la economía nacional.





Se crearon y se estableció todo un armario de reglas -leyes y decretos- que diseñaron una economía política que se encargaría de transferir al Estado el ‘core’ de la industria de capital privado nacional e internacional, el cual generó el pivote de un rápido proceso de descapitalización del mercado laboral, – empobrecimiento del capital humano- que detuvo la demanda de capital humano calificado, fenómeno que empobreció la estructura de capital humano conduciéndolo a niveles donde las diferencias en productividad y calificación de ese capital humano fueron desapareciendo en la media que las reglas para el mercado laboral fueron igualando en dirección a los salarios mínimos a oficios tan disímiles de trabajadores que eran expulsados del mercado laboral calificados y en enviados al desempleo, servicios y oficios informales, porque sus fuentes naturales de desarrollo humano habían desaparecido y el sustituto, un mercado laboral el sector estatal y gobierno que solo demandaba empleo no calificados para servicios, condenando al trabajador calificado en años anteriores a ser un desempleado trabajador informal, dentro del Estado y fuera del él en unidades individuales privadas en el sector servicios.

La sociedad es más igualitaria, en términos de ingreso, los incentivos para progresar sobre la escalera social simplemente desaparecieron. Todo ese proceso político nos trajo a un país que ha perdido las dos terceras parte de su ingreso nacional con una población dependiente de las miserias redistributivas del Estado que alcanza a más de las dos terceras partes de su capital humano. En otras palabras y para utilizar un calificativo de amplio espectro, un país en vías de desarrollo, entra en un intenso proceso de empobrecimiento que podríamos calificar de africanización, un fenómeno nacido en África post colonial.

Ese proceso de africanización dirigió la destrucción de las estructuras económicas modernas para ser sustituidas por economías primitivas de subsistencia, más allá de la vuelta un cierto indigenismo, a la demolición del legado colonial, un fenómeno que “africanizó” a decenas de países en ese continente, en una corriente de guerras y destrucción que desgajó el progreso al cual podrían haberse incorporado al sustituirlo por condiciones primitivas de organización social y económica. Ese largo proceso de regresión económica en Venezuela no pertenece exclusivamente a los cambios en la economía política en 1999, su comienzo se registra en el rechazo político en sectores del rentismo nacional político y económico a la modernización de las reglas y la economía nacional que se adelantaron desde 1989.

Desde hace más de 30 años, el país viene dando tumbos en lo político, el caldo rentista que cultivo la política durante más de 50 años es precario – relación al creciente número de venezolanos que nacen y crecen- en términos per cápita, las consecuencias redistributivas no fueron enfrentadas por la dirigencia política que desesperadamente luchaba por sostener y extender el rentismo que la sostenía, el Estado patrimonialista, el populismo y la tentación redistributiva por el petroleo impidió que la inteligencia política comprendiera que su fin llegaba, y que el país reclamaba una buena dosis de reformas institucionales, económicas y políticas.

Llegó el intento de modernización y eliminación de las estructuras rentistas en 1989, proceso político que bajo la protesta y el saboteo militante de las roscas políticas que medraban los partidos, organizaciones políticas que se alineaban hacia a la izquierda cerró la brecha entre las alternativas ideológica al socialcristianismo y a la social democracia, inclusive al socialismo vegetariano, para convertirlo en una amalgama ideológica socializante que buscaba detener el tímido proceso de modernización económica. El país se preparaba para insumir la demagogia y el socialismo, del primer mesías que se asomara a la historia, y así ocurrió. Los políticos se defendían de una supuesta anti política, en realidad ellos fueron los culpables, no comprendieron que su sistema socioeconómico redistributivo sobre la renta del petroleo había colapsado ya en 1989, al término de Lusinchi, 1989. CAP lo comprendió, pero la clase política temió que la renovación capitalista de su programa de el Gran Viraje diera al traste con su apetito rentista y decidió venderlo al Dr Fausto, y este se lo entregó al Diablo, allí comenzó el final, en 1992.

La llegada de Caldera literalmente con la lengua afuera en un curioso y forzado triunfo electoral trajo en el discurso nacionalista de Caldera y sus partidarios la crisis en balanza de pagos y la crisis financiera que se llevó la cuarta parte del PIB. La apertura petrolera trajo un viento fiscal en los 12 mil millones de dólares lo que dio respiro al esfuerzo redistributivo de los partidos que sostenían precariamente la agonía del un modelo rentista había impedido el tímido esfuerzo de modernización de la estructura económica y sus reglas a finales del siglo XX. El Mesías ya estaba en la calle, lo demás es historia patria, hemos solo recreado como se construyó la ruta por donde todo se ha acabado.