Maduro y la “revolución” venezolana perdidos en su laberinto

Maduro y la “revolución” venezolana perdidos en su laberinto

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Una ola de cambio alimentada en la crisis económica que ellos contribuyeron a desarrollar, está acorralando a los procesos populistas de la región que, muchos de ellos, llegan a su última estación con los harapos del relato y de lo que pretendieron ser.





Por  Marcelo Cantelmi  | Clarín (Argentina)

En algunas capitales de la región hay preocupación porque suponen que el eventual cambio de signo político en las inminentes elecciones de Argentina agregará quizá el clavo definitivo al ataúd del modelo nacionalista en auge la última década en este espacio. Es una exageración. En realidad las mutaciones comenzaron ya bien antes con el gobierno pragmático de centro en el Uruguay de Tabaré Vázquez o el giro ortodoxo abrupto de la presidente brasileña Dilma Rousseff en Brasil. Pero el elemento central que modificó el diagrama de un relato de pretendido sesgo revolucionario, fue la finalización de la plata dulce del viento de cola que acompañó a estos liderazgos populistas nacidos tras la etapa de hiper concentración del ingreso de la década anterior. La parábola argentina seria, en tal caso, un eslabón más de este nuevo diseño construido más por la necesidad que por otras convicciones también presentes en la nueva dirigencia.

La pala de esta tumba no fue sin embargo sólo lo señalado. La gestión de los distintos ejemplos del modelo populista fue de tal nivel arrogante y deficiente que en las horas bajas la falta de previsión está cobrando una factura definitiva. Es la que con mayor potencia demuele la noción de que la región vivió una revolución, condición que, como ha señalado en este diario Eduardo Aulicino, sería necesaria para substanciar la denuncia repetida entre estos regímenes en crisis sobre que se está imponiendo una “restauración conservadora”. No hay de esto como tampoco hubo de aquello.

El caso venezolano es paradigmático. Su destino en la misma ola de cambio podrá posiblemente verificarse dentro de unas pocas semanas cuando se produzcan las elecciones legislativas el 6 de diciembre. Por primera vez, según las encuestas, esas urnas arrebatarían la mayoría al oficialismo bolivariano fortaleciendo a una oposición que aprendió a unirse para enfrentar a este adversario que parecía imbatible desde que Hugo Chávez inició su camino de poder en 1998. Si la Mesa de Unidad Democrática logra finalmente esa victoria, el paso siguiente sería la de convocar a un referéndum previsto en la Constitución del propio régimen para revocar el mandato del asediado Nicolás Maduro y convocar a nuevas elecciones con un destino previsible.

Si bien el proceso difícilmente sea de tal modo lineal, lo que ha debilitado al régimen es un factor que esta columna viene señalando, repetido en casi todas las experiencias de gobierno de este reformismo nacionalista. La búsqueda del poder total, con un presidencialismo absoluto y la convicción de que no hay otro aceptable diferente, se unió a una Razón Ineficiente, que quitó valor y hasta necesidad a la eficacia. El régimen venezolano con Chávez, pero especialmente con el más precario Maduro, así como también fue muy visible en la experiencia K argentina, utilizó aquel momento de auge económico con tasas de crecimiento en las nubes por el alza del precio de los commodities energéticos o alimenticios como si se trata de un cofre sin fondo. Ninguno de estos experimentos mostró preocupación por gerenciar esa ganancia diversificando sus fuentes para evitar el abismo cuando se terminara el tirón de aquellos precios. La noción que se fue afincando era esa bonanza procedía de un armado de los propios líderes, una mirada ciega que la historia está mostrando en estas épocas hasta qué extremo era fallida. La idea de una Razón Ineficiente no es un valor filosófico, naturalmente. Expresa más bien una forma de entender y hacer las cosas que se evidenció en el armado de aparatos de poder sin funcionarios capaces, con estructuras precarias, simplemente por el hecho de que el dinero no dejaría de fluir lo que convertía al concepto del desarrollo en un valor de esa otredad detestada.

El chavismo olvidó potenciar su estructura petrolera pese a contar con las reservas mayores del mundo. Eso fue a extremo tal que las refinerías recortaron su capacidad en medio de sucesos incluso gravísimos como el accidente que en la refinaría de Amuay en 2012 que dejó un saldo de 55 muertos y 156 heridos, pero especialmente desnudó la precariedad de la gerenciación de la compañía y del propio gobierno. El dato quizá más significativo de esas debilidades es que aún hoy el petróleo constituye más del 95 por ciento de las exportaciones totales del país. No hay otro producto que en los años dorados se haya podido reproducir para intentar reducir esa dependencia. Es un calco aún más grave de las políticas que en Argentina, al revés que en Brasil o Uruguay e incluso Bolivia, fulminaron la alternativa de ingresos del agronegocio sin establecerse una matriz alternativa.

Hoy Maduro intenta sobrevivir con una mística revolucionaria en harapos, atascado por el legado agravado de su mentor que configuró un país cubierto de cepos y limitaciones que se manifiestan en una inflación que camina a superar el 150 por ciento este año, la mayor de la región sólo seguida por Argentina. Y un desabastecimiento irritante de productos básicos debido a la ausencia de divisas tanto por la caída abrumadora del precio del crudo como a la incapacidad señalada de abrir la economía a otros frentes. Ese escenario marcado por una creciente corrupción, mercado negro, una dirigencia que se enriqueció en base a la miseria del conjunto, explica que parte de la propia base chavista este abandonando las banderas del gobierno e ignorando la levedad de un relato de Guerra Fría que sólo atina a culpar a Estados Unidos por males que son claramente propios. La falta de capital erosiona el poder de estos regímenes para mantener aceitada su base electoral y financiar los capítulos sociales centrales que garanticen mayorías automáticas.

Esa Razón Ineficiente emerge también cuando se observa cómo estos modelos ignoraron los límites republicanos, constituyendo democracias imperiales, en las cuales el pueblo debía aceptar sin pedir. Es decir, convirtiendo el acto electoral en un plebiscito permanente de las políticas oficiales. La actual saga de revelaciones sobre los testimonios inventados para justificar la prisión del líder político Leopoldo López dejó aún más a la intemperie la metodología del régimen decidido a reprimir a la oposición atento a que ya no cree posible derrotarla.

El extremo imprevisible de estos comportamientos lo evidenció Maduro recientemente al advertir que si pierde las elecciones del 6 de diciembre generará un régimen con los militares para no entregar poder a la oposición. Aferrado a que la única verdad está en sus manos, lo que hizo el heredero de Chávez es validar mucho más que la amenaza de un golpe militar sostenido en la alternativa no merece ninguna contemplación institucional. La absurda santidad de que se trataría de una revolución socialista que debe triunfar por cualquier modo, puede apenas explicar el silencio vergonzante de la región frente a un anuncio de tan extrema peligrosidad como el que hizo el líder venezolano. “Las cosas evidencian su verdadera identidad al final de sus días”, sostenía Walter Benjamin. La realidad sudamericana no deja de corroborar la certeza de ese pensamiento y no sólo en Venezuela.