Boconó es una melancolía verde

bocono

Podría comenzar diciendo que íbamos con el sueño a punto, viajando desde Maracaibo hacia el estado Trujillo, uno de los estados andinos de Venezuela. En algún momento, un aviso se dejó leer: “Bienvenidos a Trujillo, tierra de santos y sabios” y cuando me apuré a leerlo en voz alta, todos habían caído en el sopor que deja el rodar por una carretera por varias horas. Iríamos hacia Boconó, la segunda ciudad más importante del estado por su número de habitantes, por su agricultura y carisma. Le dicen “el jardín de Venezuela” desde que Simón Bolívar la nombró así en uno de sus andares, por allá en 1813. Boconó es verde, abrazada por montañas, por el frío de Los Andes. Es ella una ciudad detenida en sus creencias, en la sencillez de quienes te reciben y te dicen que pases a conocerla.

Llegamos más tarde de lo previsto, cuando ya la noche era muy noche como para salir a caminarla. Boconó es una suerte de subidas y bajadas llenas de fachadas que han soportado los años; es colorida, callada y ruidosa al mismo tiempo; pero en ese instante cuando nos vimos parados al frente de la Posada Machinipé (de la que hablaré luego) todo era silencio y frío. Esa madrugada venía con la promesa de arroparnos con sus 12 grados y había que descansar, de cualquier manera.





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