Julio César Arreaza B.: Todos los santos

Julio César Arreaza B.: Todos los santos

thumbnailjuliocesararreazaHoy en el día de todos los santos, elevo una oración por mis bienhechores y le pido a Dios, que la abundancia de sumisericordia, les dé el gozo y la paz de su  reino. Viene a mi memoria el Cardenal Rosalio Castillo Lara, hace algunos años, junto a mis padres, lo visité en su casa natal en Guiripa.

Fuimos recibidos por su secretario y una cordial señora que lo atendía desde los tiempos del Vaticano. Nos sentamos en el recibo y al poco tiempo descendió por unas escaleras el Cardenal, austera e impecablemente vestido con su camisa, tipo cleriman, manga larga con yuntas.

Conversamos y al rato nos hizo un recorrido por la casa solariega donde nació y quedamos impactados con los retratos donde aparece acompañado de su entrañable amigo el Papa Juan Pablo II.





Me gustó la Biblioteca en la que descansan los tomos de Derecho Canónico, producto de sus desvelos como uno de los Juristas más importantes en la materia, que lo llevó a presidir la Comisión respectiva en la Santa Sede.

Su Eminencia, Cardenal Castillo Lara, nos narró su trayectoria y sus aportes a la Iglesia Universal, con una sencillez digna de los sabios. Como abogado me complació tratar con un Jurista que orientó su vida a la causa de la Justicia y primeramente a Dios.

Compartimos un sencillo pero delicioso almuerzo. En la sobremesa relató el pasaje cuando le comunicó al Papa su deseo de regresar a la patria y residir en su pueblo natal, en ese momento se encontraba ejerciendo la gobernación del Vaticano. A pesar de que Juan Pablo II no quería separarlo de su lado, por ser uno de sus colaboradores de mayor confianza, comprendió las razones aducidas. Castillo Lara se lamentaba de no haber podido vivir más tiempo en su país, las altas responsabilidades en el Vaticano que le endosaron los Sumos Pontífices, a partir de Pablo VI, se lo impidieron.

El tiempo que se suponía de un retiro tranquilo nunca lo fue. Su enorme sentido del deber lo obligó a colocarse al frente de la lucha por la democracia contra el régimen forajido y darle a sus conciudadanos las razones que compelen a ponerle fin, invocando el artículo 350 de la Constitución; esta gran estafa conduce a la Nación hacia la disolución de sus valores históricos, entregada en los brazos mortecinos del castro comunismo. El discípulo no es más que su maestro, y los últimos años del valiente Cardenal comprobaron el aserto, fue una vida llena de sentido sobre todo al final. Descansa en paz grande hombre e intercede desde el Cielo por tus hermanos que te necesitamos.

 

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!