Aureliano Ugueto: Amor y odio

Aureliano Ugueto: Amor y odio

thumbnailcolaboradores(Escrito de un amigo para sus amigos)

Ayer, mientras veía los cuerpos sin vida de dos grandes amigos, vilmente asesinados en el  Ávila, en medio de mi incontrolable tristeza sentí que odiaba al país que me vio crecer.

No es la primera vez que me pasa. Es parte de esta complicada relación que tengo con mi país. Es lo que los americanos llaman un “Love/Hate” o relación de Amor y Odio. Y es, para mí, lo que cada vez mas define la condición de mis sentimientos hacia Venezuela.





Mis amigos eran de los buenos, como suele pasar. Uno lo conocí en cuarto grado, al otro lo conocí hace más de 12 años. A ambos les tenía una mezcla de gran cariño y admiración. Padres de familia, empresarios, trabajadores y deportistas. Dedicados a sus hijos. Matrimonios estables y felices. Generadores de empleo ambos. Irónico que los dos tenían siempre  a la mano la posibilidad de migrar a otro país, como muchos han hecho ya (incluyéndome) en la trágica fuga de talento que ha sufrido nuestra población en los últimos años. Pero escogieron quedarse en el país que amamos, el país que los vio morir sin razón.

A Gustavo y Luis Daniel los unía la pasión por el ciclismo de montaña, entre otras. Una de las tantas actividades que puede uno practicar en esta maravillosa tierra. Venezuela en eso lo tiene prácticamente todo. Siempre recuerdo una frase que me decía otro gran amigo: “si en Venezuela hubiera invierno para hacer esquí en nieve fuera el país perfecto para los deportes”.

Yo comparto esa opinión. Las mejores playas, espectaculares y con fácil acceso. La Gran Sabana y todos sus paisajes. El Amazonas. El llano. La lista es larga. Es un paraíso para el deporte. El Ávila es un perfecto ejemplo. Presencia imponente que define a la capital que rodea. Siempre ahí, abrazándonos. El caraqueño le rinde culto a diario, tanto que es imposible dar una vuelta por las redes sociales sin ver dos o tres fotos de él. Es como si fuéramos turistas en la ciudad que vivimos. Su majestuosidad parece impresionarnos sin tomar en cuenta cuantas veces lo hemos visto previamente.

Todos disfrutamos de él, de una u otra manera. Algunos lo caminan, otros lo acampan. Algunos lo recorren en bicicleta, otros solo lo disfrutan visualmente. En el siempre hay una aventura que tener. Hasta que pasa algo como lo que les paso a mis amigos.

Ellos hacían su rutina habitual, la subida de Matamoros en bicicleta montañera. No está permitido subir en bicicleta, pero muchos igual lo hacen. En algún momento de su último paseo se encontraron con la delincuencia desbocada que ha decimado nuestra calidad de vida en estos últimos 15 años y los mataron. Tiros en la cabeza. Tiros que dejaron atrás sueños, ilusiones, planes de vida. Tiros que dejaron cuatro hijos huérfanos, dos viudas  y dos familias que jamás serán lo mismo. Tiros que validan la decisión de los venezolanos que ya se fueron del país, y que hacen que los que residimos actualmente en él nos cuestionemos nuevamente.

Estando ahí cuando llegaron las autoridades los sentimientos se refuerzan. Las frases oídas a los funcionarios de los órganos investigativos confirman la dantesca situación que vivimos. Mientras se analizan los posibles móviles del crimen, robo, secuestro, sicariato, los oigo decir frases que erizan la piel. “Esto pasa a cada rato”, o “es mucho más común de lo que se imaginan”.

Aparentemente es tan usual la violencia sin razón, que ya ellos les tienen hasta un nombre al delincuente común que la perpetua: los “cocosecos”. Ellos los llaman así porque los describen como sin sentimiento ni pensamiento. Para los “cocosecos” no hay sino violencia, sin analizar posibles consecuencias. No hay ni habrá remordimiento, ni ningún tipo de alteración de ánimo derivado del asesinato de dos jóvenes padres de familia. Otras víctimas más de vivir en la Quinta República.

En esta Quinta República, para cada joven estudiante que protesta por un cambio le asignan cinco Guardias Nacionales armados hasta los dientes para neutralizarlo, pero para que cuidaran de mis amigos mientras sanamente hacían deporte en su Ávila querida no hubo ni uno que los protegiera.

No hay otra manera de decirlo: odio ese aspecto del país que quiero tanto.