Gerardo Blyde: Patria querida

Gerardo Blyde: Patria querida

Tras recorrer varias veces el automercado e ir metiendo en su carrito lo que a duras penas va consiguiendo, la señora Rosa hace la cola en una de las cajas. Al llegar su turno y comenzar a pasar su compra, le dice a la cajera en tono bajo -como para no ser escuchada- que le indique cuando llegue a dos mil bolívares pues es todo lo que tiene. Cuando aún no ha pasado ni la mitad de los productos, la cajera le informa que alcanzó ese monto. Con los ojos nublados de lágrimas de impotencia, la señora Rosa devuelve el resto de la mercancía, sin decir palabra más. Saca su monedero, cancela su compra y se retira con sus pocas bolsas y la indignación a cuestas.

En una panadería cercana, un señor de unos sesenta años de edad, le pide al charcutero cien gramos de mortadela; al otro lado del mostrador, pide una canilla; ya ni mira ni pregunta por el precio de otros productos. Se acerca a la caja pizarra acrílica en la mano y la entrega. La cajera le indica cuánto debe. Saca de su bolsillo unos billetes de diez y veinte bolívares bastante arrugados con los que cancela y se retira, con la misma indignación de la señora Rosa un rato atrás en el automercado.

En el mercado de hortalizas de a 13 bolívares el kilo en Cumbres de Curumo, ese mismo día más temprano nos abordan varias vecinas para agradecernos la existencia de esta opción en nuestro municipio (por el significativo ahorro), pero me advierten que no se me ocurra subir el precio del kilo. También me aborda el gocho que desde La Grita es nuestro proveedor en ese mercado, viajando toda la noche desde su pueblo con su camión cargado de verduras. El gocho me indica que debo autorizarlo a subir un poco el precio, que la poca ganancia que está obteniendo se le va en hacerle los frenos al camión o en comprar cauchos para los sucesivos viajes mensuales desde su montaña andina hasta Caracas como proveedor en nuestros mercados.





En un negocio de los que otrora no vendían nunca productos al detal, una señora llega a la caja con un bulto de harina de maíz. La cajera le indica que sólo puede llevarse dos paquetes. La señora se indigna y le expresa que ella no está robándose nada, que pagará todos los paquetes, que ella tiene un pequeño negocio y necesita esa cantidad. Se forma un escándalo entre los demás compradores cercanos a la caja. Le gritan, la insultan. Ella insiste ante la cajera en que requiere todo el bulto, hasta que otra señora le indica que si la cajera accede a vendérselo, serían ellos, los otros compradores, quienes la esperarían a las puertas del establecimiento. La señora, asustada y con la frustración pintada en su rostro, se retira sin llevarse nada.

Mientras esto ocurre en todos los sectores populares y medios de nuestra población, el gobierno anuncia que llegó a un acuerdo con Colombia para importar 600 millones de dólares de comida. Ya no producimos carne, los pollos que se consiguen dan tristeza por lo esmirriados, el cartón de huevos duplicó su precio en seis meses, la leche -importada- aparece y se esfuma de inmediato. Mejor no seguir listando los productos que no hay o que, cuando los hay, los bolívares están tan devaluados que ya el ama de casa no sabe cómo hacer para estirarlos.

Un ministro dijo meses atrás que más de 20 mil millones de dólares habían salido del país -en manos de los boliburgueses y enchufados- cuando sólo el macroEstado ha sido en todos estos años amo, dueño y señor del dólar con un control de cambios que sólo el gobierno abre y cierra a placer. Un grupete se enriqueció a la sombra del poder y empobreció a todos los venezolanos. Se dan lujos nunca antes vistos, gastan a manos llenas en las principales ciudades del mundo, viajan como jeques sin reparar en costo alguno. Entretanto, millones de venezolanos tratan de conseguir los alimentos para sus familias con cada vez más dificultad.

La agenda del gobierno está centrada en denunciar conspiraciones, golpes mediáticos (cuando ya ni medios quedan), golpes eléctricos, saboteos de la derecha y del imperio a nuestras refinerías, exponer inconstitucionalmente a Capriles al odio público con montajes transmitidos en cadena para acusarlo de homicida, gritar a los cuatro vientos lo atornillados que están en el poder, mientras miles de señoras Rosa, en toda nuestra patria, saltan de un sitio a otro para hallar alimentos y buscar precios lo más bajos posibles, con los ojos inyectados de lágrimas cada vez que devuelve productos que necesitaban porque no tiene con qué pagarlos. Patria, Patria, Patria querida… 

gblyde@gmail.com

@GerardoBlyde