Carlos Blanco: ¿Está el Gobierno amenazado?

El discurso oficial refleja temor y en algunos casos, espanto. Es como si el enemigo asediara la residencia de Nicolás; como si éste ya sintiera el jadeo cercano de la bestia que se lo quiere almorzar en una hora innoble de descuidos. Se podría decir que todo es maniobra distractiva, electoral y barata, de aquellas que solía inventar el difunto. Sin embargo, el camarada Maduro destila un almizcle que denota preocupación, incertidumbre, algo que podría no ser miedo, pero tal vez su prima hermana: angustia terminal. Concurren algunos signos obvios del desasosiego, como esa súbita y frecuente desconexión entre lo que piensa o parece pensar, lo que dice o quiere decir, lo que le sale y frente a lo cual recula sin manejar bien el retroceso; a veces quiere salirse de la suerte con un chiste, pero para decir chistes se requiere mucha prudencia porque tratar de hacerse el gracioso sin tener buen humor puede ser una calamidad pública.

Hay desconfianza en los magnicidios que han anunciado a lo largo de 14 años; especialmente cuando se apela a las leyendas de colombianos que necesitan una foto para identificar a sus procuradas víctimas. Pero no es descartable hipotéticamente que haya gente que quiera atentar contra Maduro, en la misma medida en que cualquiera jefe de Estado o simple usurpador del cargo, tiene enemigos, algunos de los cuales no quieren apelar a los métodos constitucionales, pacíficos, democráticos y electorales. Me temo de todos modos que Nicolás no tiene más enemigos mortales que Barack Obama, que Vladimir Putin, que David Cameron, que Mariano Rajoy, que Juan Manuel Santos o que Álvaro Uribe. Lo singular es que ninguno anda en el plan de que lo quieren matar. Imagínense nada más a Obama con presentaciones mensuales en televisión con la denuncia de que el jefe de Al Qaeda lo quiere matar; nadie lo dudaría, pero sería sideral el ridículo que haría. Es más, esa vocación homicida de los terroristas en un esfuerzo por atentar contra el presidente de Estados Unidos es un presupuesto del cargo, y no se vio nunca a George W. Bush ni ahora a Obama con ese insistente gimoteo. Entre otras cosas porque un presidente cuya principal preocupación sea su propia seguridad personal denota no saber ni por qué está allí ni su lugar en el contexto de la sociedad. El riesgo personal es un requisito del cargo.

En el caso de Nicolás la cuestión se agrava porque su denuncia periódica y compulsiva, sin querer queriendo, lo que hace es reafirmar la noción de inseguridad que vive el país. Si el propio jefe del régimen confiesa un día sí y otro también que puede ser víctima de un atentado, ni se imagina cómo cae ese miedillo bolivariano en los ciudadanos que todos los días sufren la violencia en forma directa o indirecta. Él, rodeado de guardaespaldas, tecnologías de punta en seguridad, decenas de carros blindados, bajo la directa supervisión de los cubanos, todavía abriga temores, cómo se sentirán los ciudadanos en esas calles de Dios.





PERO ALGO DEBE HABER… Pero un ciudadano de orden casi un cartujo, como quien esto escribe, debe concederle alguna posibilidad de certeza a los reiterados anuncios de Nicolás; aunque quisiera introducirle un cierto giro. ¿Son legítimos los miedos que corroen la tranquilidad oficial? ¿Hay justificación para que se identifique a unos sicarios porque llevaban fotografías de sus víctimas potenciales, cuyos rostros son conocidos hasta en Bielorrusia? ¿Tiene razón el Ministro del Interior al recomendar a Diosdado que se cambie el color de la camisa para salvaguardar su seguridad? ¿Verde aguacate estaría mejor? ¿Tal vez anaranjado fosforescente con lunares negros para pasar desapercibido? No sé si hay razones para pensar que existe un proyecto de atentado contra Maduro. Como sabueso estoy a la orden para formar parte de la comisión investigadora y descubrir a los zafios que intentan el despropósito. Pero sí pienso que los próceres creen tener motivos para temer lo que hay y lo que viene. Paso a describirlo antes de que les dé un ataque.

Lo que ahora sigue es lo que este narrador cree que el Gobierno piensa, cuando piensa, sobre todo en clave cubana. Lo que se va a decir no obedece a informaciones, ni contactos subrepticios, ni deslices de la CIA, sino lo que aquí se piensa que el Gobierno piensa.

LO QUE SABEN Y LO QUE NO. El régimen sabe que la oposición no conspira, lo cual no excluye el deseo del pronto reemplazo del madurismo adueñado de Miraflores. Pero no hay conspiración opositora porque los factores esenciales juegan solo en términos electorales. El Gobierno cree tener controlada la Fuerza Armada sobre la base de un espionaje intenso, sofisticado y permanente, y como se sabe desde tiempos inmemoriales no hay conspiraciones serias sin militares. Pero, ¿por qué el Gobierno actúa como actúa?

Hay cierta desesperación. El intento de allanar la inmunidad de los diputados y en primer lugar la de María Corina Machado, es muestra irrefutable de pánico de los cubanos y sus cómplices nativos. Es la revelación de la podredumbre de Pdvsa y de sus dueños, pero más allá es la crisis postrera de uno de los soportes del Estado que ahora fenece.

Mi hipótesis es la siguiente: el Gobierno teme una rebelión social que considera imparable. Tal vez no sea el Caracazo (esos fenómenos son en sí mismos singulares) pero sí un situación de rebelión de mediana intensidad en muchas partes simultáneamente. ¿La pelea por la leche en polvo? ¿Por la gasolina? ¿Inseguridad desorbitada con el fracaso de Patria Segura? Nadie sabe. Pero el Gobierno sabe que el uso de la represión tiene límites porque, a partir de un cierto punto, el “gas del bueno” y los perdigones se hacen ineficientes. En tales condiciones, según esa hipótesis, algunos cívicos y militares podrían pensar que el momento habría llegado para sustituir a Nicolás. Esta insurgencia, estimarían los próceres oficiales, sería apoyada por gobiernos “de derecha” y fundamentalmente por “el imperio”. No sé qué verosimilitud tiene la hipótesis pero estoy convencido es lo que el Gobierno cree y espera.

Unos dirigentes con sentido histórico en una circunstancia como esta abrirían un diálogo para distender los ánimos; dispondrían de una agenda creíble y en nuestro caso darían demostraciones de buena voluntad como, por ejemplo, con la liberación de los presos políticos. Si creyeran que los peligros para su estabilidad existen y son graves, el diálogo en serio comenzaría.

Sin embargo, me temo que el Gobierno cree que aunque la vorágine se acerca la única respuesta a mano es la que los cubanos aconsejan: represión y más represión. Sí, es posible; pudieran desarmar la voluntad de lucha de los ciudadanos y atemorizar eventuales insurgentes. Pero la desesperación que existe en el oficialismo tendría el riesgo de reproducirse en la acera de enfrente. Entonces…

Twitter @carlosblancog