José Vicente Carrasquero: Sin escrúpulos

José Vicente Carrasquero: Sin escrúpulos

Desde finales del siglo pasado y durante la totalidad de éste, a los venezolanos les ha correspondido vivir un proceso político que auto bautizado revolucionario, no se ha detenido en obstáculos en la consecución de sus objetivos. El liderazgo no ha observado límites a la hora de imponer su criterio. Se cataloga como democrático pero en la práctica no respeta ningún de sus principios.

La democracia para quienes detentan en el poder no es más que un instrumental mediante el cual buscan, impúdicamente, proyectar la idea de que en Venezuela hay un ejercicio pleno de libertades que se manifiesta a través del voto en elecciones que se realizan con mucha frecuencia. Cuando los resultados son favorables, se actúa como si se hubiese obtenido el mandato de someter al contrario y someterlo a un régimen de prisionero de guerra. Cuando se obtienen votaciones contrarias, se desconocen los resultados y se avanza como si la expresión popular no tuviese valor alguno. Mencionamos dos ejemplos: la derrota en el referendo para la modificación de la Constitución en 2007 no fue debidamente aceptada y se procedió por la vía legislativa a darle curso a la propuesta rechazada. En otro evento, Antonio Ledezma derrota al candidato del oficialismo y acto seguido es despojado de atribuciones, presupuesto y minimizado en su alcance político y administrativo como Alcalde Metropolitano.

Como podemos apreciar en estos dos ejemplos, los principios democráticos fueron, sin escrúpulo alguno, dejados de lado. Se le demostró a los votantes, a aquellos que delegan su poder a través del voto, que su opinión no tiene importancia alguna para quienes llegaron al poder con la finalidad de mantenerlo a toda costa. Vimos como con desparpajo una ficha del oficialismo le otorgaba al dedo de Chávez más poder que al pueblo que se había manifestado a favor de Ledezma.





El comando golpista que vistiendo un disfraz conciliador, usa la democracia para asaltar el poder, y así imponer la misma agenda de 1992. En efecto, no se podía pensar que quienes intentaron tomar la presidencia por la vía de la fuerza, desconociendo el poder popular, hubiesen transformado sus creencias y posiciones políticas para entregarse a los principios de la libertad y respeto de reglas de juego.

El Maquiavelo antillano se tropezó con una oportunidad de oro para ponerle la mano a Venezuela. El recibimiento a Chávez con honores de jefe de estado en 1997 fue suficiente para conquistar la voluntad de quien se convertiría en instrumento de dominación del pueblo venezolano.

El modelo político impulsado por Hugo Chávez se convirtió en el mecanismo de exportación de la revolución cubana que le venía a Fidel Castro como anillo al dedo. Como era de esperar del dictador antillano, no tuvo ningún tipo de reparo moral para usar la confianza que el pueblo venezolano había depositado en su presidente para alcanzar sus apetencias políticas.

Es así como, sin escrúpulo alguno, se usaron los deseos y expectativas de los venezolanos para fomentar un esquema a través del cual Castro pudiera, por mampuesto, hacer realidad su influencia sobre muchos países. El poder solo se usó para armar un tinglado de relaciones internacionales con base en la petro-chequera dejando en un segundo plano el compromiso de reivindicar a un pueble que catorce años después, sigue sufriendo los mismos problemas que lo llevaron, en su momento, a cambiar de clase política.

Para los venezolanos lo que ha quedado es la mentira, el gobierno que solo existe en el éter de las trasmisiones de radio y televisión del aparato gubernamental. Sin respeto alguno, se miente sobre los responsables de todos los temas que afectan la calidad de vida de los venezolanos. No hay remordimiento alguno para culpar a los empresarios del desabastecimiento al tiempo que se exculpa al modelo económico promovido por el incapaz Giordani.

Faltos de moral, dispuestos a violar cualquier norma, estamos frente a una clase política que no se detendrá ante nada con tal de mantener el poder. Es nuestro deber seguir luchando por la imposición de un modelo político basado en el respeto, el reconocimiento y la tolerancia.