Así fue la masacre en El Curarire

Nueve familiares de los Cedeño y una decena de residentes de El Curarire coinciden en que el quíntuple homicidio se produjo gracias a la confabulación de una vendedora de cervezas y un asesino a sueldo del barrio Las Amalias. A su vecina no quieren verle el rostro por ayudar al “Bebé”, supuesto criminal, a ejecutar la ley guajira. laverdad.com

(foto Jhair Torres)

La entrada del barrio está ubicada frente a una estación de servicios que existe entre los cementerios San Sebastián y El Edén. Los Cedeño, cuando viajaban a Maracaibo, debían quedarse en la avenida y caminar varias cuadras entre las trillas para llegar al racho donde viven.

El viernes, Enrique Cedeño y sus tres hijos mayores llegaron de Maracaibo a las 8.00 de la noche. Todos albañiles, habían cobrado el salario y querían celebrar que Irandi acababa de llegar de Colombia, de visitar a su madre.





Mientras caminaban por la trilla los llamó Marina. Se trata de una colombiana con más de 15 años residenciada en Maracaibo. Vive con su hijo a una cuadra de la avenida principal y, para subsistir, levantó un pequeño cuarto en la parte trasera de su casa que sirve de tasca entre los caminos de arena. Los testigos aseguran que la mujer invitó a bailar a Enrique. Ellos buscaban un sitio para beber, así que se quedaron en el improvisado salón, que tiene equipo de sonido, televisor, aire acondicionado y dos mujeres atendiendo a los clientes.

A Marina no la quieren en el barrio. Además de vender cerveza, la denuncian por tener en su casa una guarida para delincuentes, propiciar la prostitución y distribuir droga. “Esa mata por un billete de 50”, dijo una mujer en el sepelio de los Cedeño ayer.

A las 8.30 de la noche Nuri llamó a su hijo Álvaro. Era el menor de los hijos de Enrique y estaba en casa de sus amigos porque ya estaba a punto de graduarse en el Instituto Universitario de Tecnología de Maracaibo en Obras Civiles. Le dijo a su madre que se quedaría en la ciudad, pero después de las 9.00 llegó a El Curarire sin previo aviso.

Mientras caminaba a su casa, los vecinos le dijeron que su padre y sus tres hermanos -Irandi, Yoendry y Ángel- estaban donde Marina y se quedó para terminar de celebrar.

A las 12.40 de la madruga del sábado Álvaro caminó 200 metros para pedir ayuda. Despertó a su vecina, que lo vio con siete balazos en su cuerpo. El muchacho le entregó la cartera y le dijo que a todos sus familiares los habían asesinado. Los vecinos llamaron una ambulancia y llevaron al muchacho hasta la avenida principal.

Cuando los equipos de socorro llegaron, encontraron a Ángel agonizando en el suelo de la improvisada tasca. Tenía un balazo en el cuello. A su lado estaba el cadáver de sus otros dos hermanos y de su padre. Los testigos vieron piedras en el suelo, decenas de botellas rotas y hasta el techo rasgado. Marina se fue con la Policía.

Los familiares que presenciaron el hecho sospecharon de la mujer de inmediato. Dijo que solo estaban ellos cinco bebiendo, pero antes de que llegara la Policía, tres de ellos ya no tenían sus pertenencias.

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